miércoles, 2 de diciembre de 2009

Poema náufrago


Por Lidia Elena Caraballo


“y casi isla me quedaba

como una mujer arrodillada”

El barco ebrio, Arthurd Rimbaud


Sálvate de los prismas

del parpadear de los astros

que inoculan olvido,

del calidoscopio de la huida.


Cuídate del prolongado beso de los océanos

y su cópula en las playas continentales,

apagada aurora de mareas de nadie.


No dejes que se acalle el eco

del mar de los naufragios,

con sus cayos mutilados

por sortilegios de guerra y hambre.


Vete a las orillas,

busca en las formas sutiles mi presencia,

en el agua célibe que aún te inventa.


Pero si se derrumba

tu torre de guijarros,

y no encuentras al alfil en la maleza,

si una vértebra rota te hace polvo

en la jungla,

y adquieres pulso eléctrico,

coraza innoble,

¡sálvate,

que el trazo verde de mi mañana

no te hiera!



domingo, 15 de noviembre de 2009

Of such paradoxes realities are made

By Danilo López
















The first time, I brought her cigarettes
Too
The next time I followed her in
A taxicab right to the door
I was trembling, she
Was expecting me

One third into the galaxy the joy of arriving
Supplanted the joy of departing
“If different universes exist” I conjecture
“It may well be that each has different sets of laws”
And we, a speck of sand in the immensity of
The Kosmos –physically speaking
Realized our enormity in the chain of evolution
From the Big Bang to the Big Crunch

And so it is that love is born out of a
Trap
A vast circle enclosing on me eighteen years
Later
She was nineteen I twenty three
I had my way in a cheap motel
Her belly shaking with fear and desire
I being gentle and caring like an
Experiment on curiosity
Like a God toying his creature

Sub-atomic particles have no specific
Identity or agenda, they live in a netherworld
Of potential being
We, on the other hand, entrenched in our creation
A rational, structured, rigid matter-world
Have only our fingers to count
The light reached us on descent, still travelling

The universe is radiance and darkness
Light searches for us and we evade it in the shadows
In the fabric of spacetime the Big Bang happened
A few seconds ago
We still scramble in the lengthy night

In a complex system, a chaotic one, the variables
Have an attractor that pulls the system towards a
Certain state or behavior
There is a pattern
She and I formed a binary system
Twin stars orbiting around each other
A chaotic system of love with a thousand variables
And one attractor
Your life, our lives
Entanglement

"Like shinning arachnids with their
Webs and small clocks in the garden
Dangling on the air, sticky like
Precise caramels in fornication until
The game is complete
Too big, too smart to allow entrapment
Humidity falls and hangs there"
My perspiration caught in the attic of
An old house spider webs everywhere
And no excuse to move away from the sun:
A joke, a glass, a glow in the mountain
A word misspelled, erased and misspelled again

Happiness is a matter of courage, she told me
Sadness is a matter of weakness, I replied
Phantoms are irrelevant, we concluded
She and I, a still trepidation at the center of
Galaxies



sábado, 14 de noviembre de 2009

Puertas

Por René Dayre Abella










Las puertas son

hendiduras abiertas a la noche,

agujeros

jirones deshilachados

en el costado virgen de la tarde

ranuras resquebradas que miran

donde un loco baila jadeante.

Puertas

punto final de un laberinto

acceso definitivo

a la loca vacuidad de cada día

puertas, puertas

lecho improvisado

que aspira el aire de mi aliento.

martes, 10 de noviembre de 2009

Rastros

Por Gloria MiladelaRoca








Rojo intenso en la piel

detiene el tiempo de silencios

miradas que se olvidan del lugar

atienden un poema

engrandecido por un vals

hierbas escogidas

habitación inexplorada en un país eterno y mudo

abre sus puertas y celebra

domingo, 8 de noviembre de 2009

Carta a mi querida Anna

Por Amilcar Barca

Querida Anna:

Hubiera preferido omitir este participio pasado que inaugura mi carta, en nombre de la dignidad. Pero el respeto hacia tu persona, corresponda o no su merecido aprecio, permanece aún en mí y me acompaña como hombre, incluso, en los momentos más fríos de mi vida.

Aquel sábado de agosto, el aire cenaba con los hechos de un pasado y, nosotros, contemplamos el mar con la misma edad que cuando nos conocimos. Corría el viento por la bahía con una fuerza mansa y solemne. Vino a vernos y se quedó. Huía entre tus rizos libre y mi mano lo detuvo como el cuco de un reloj hacia las doce . Las caracolas y las medusas dormitaban en la orilla misma de la playa. Iniciamos el andar hacia un faro rojiblanco. Cerca del agua, las tumbonas y los niños marcaban la geografía del verano, los barcos de recreo se fundían con el verde espeso y la marea. Los dos vimos, la entrada de la tarde sin dar tregua a ningún vocablo; éramos, un uno de dos, y dos cuando quisimos ser uno. Fue una jornada con la memoria de un amor que siempre hubo.

¿Por qué esta alegoría a un paisaje que ya no existe? ¿ Por qué te nombro repetidas veces el estío en este enero de peces muertos? .

Estoy seco Ana. Lacio de ideas. Si algo necesito de ti es una silla: escucharte será un privilegio para mis manos dulces.

Atentamente decirte:

... no iré amor; pesa demasiado tu sombra .

viernes, 6 de noviembre de 2009

Acción virtual


Por Roger Silverio

Estando tan lejana te he buscado

en el dulce baúl de mis recuerdos

y al hallarte, tus labios he besado,

el número de veces no me acuerdo.


Esto encendió el deseo de tenerte

y desnudé tu cuerpo con premura

quemándome en pasión de solo verte

(esto de darte amor,... es mi locura).


Allá tu estás mi amor,... yo solitario

confundo a "realidad" con "espejismo"

cabalgo en este sueño hermoso a diario

preso de tus montañas y tu abismo.


jueves, 5 de noviembre de 2009

Periscopio


Por Rolando Jorge


Hacia finales del pasamanos

muere lejos

con destino

conducido

por pensamientos

a cierta preciosidad

Quien se suicida

en galería soleada

llamándose Myrn

roba azúcar

en medio de Venecia

Allí atisba

enfermedades

sólo de escritor

Luz de rododendro

entre edredones y tetas

y primogénito

deabajoparriba

no tiene

ni Elí

ni Samuel

ni muchacho

que juega.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Winds

By Paul Jordan


'Tis true I love you

that much is clear

yet why must I detest you so?

'Tis no more than proof my dear

that I will never let you go

by far or near or tempest

storm of gale or foghorn's wail

I will always at your side

be thine by mire and temptress

you and I your sire

though we midst die and burn

in fetid fire

by passions not at all controlled.

martes, 3 de noviembre de 2009

Toxcatl


De Omar Villasana


Mi nombre cristiano es Diego y he perdido la cuenta de los años que he transitado en este Colegio de Tlatelolco. Mis padres me dieron por nombre Topiltzin Xocoyotzin por ser el menor de entre mis hermanos.
La fortuna me había destinado a morar en la casa de los cantos, diestro en verdad era tañendo las flautas y el teponaztle. Mi voz, diáfana, desde muy temprano me reservó un lugar de honor en el Cuicacalli. Mi cuerpo, armonioso y ágil causaba envidia cuando nos entregábamos por noches a los areitos en el templo de Titlacauan.
Yo vi morir y renacer por años a Tezcatlipoca. Mancebo incólume que con gracia tañía la flauta. De quien al solo mirar a lo lejos sus negros cabellos nos obligaba a postrarnos anticipándonos a su llegada.
Nunca envidié ni temí semejante destino.
Seguro estaba que llegado el momento me serían entregadas en la diestra las flautas de Tezcatlipoca y llevaría en la siniestra las flores de cempoalxochitl, preludio de mi apoteosis. Mi cuerpo sin tacha alguna, no había sido profanado y mi voluntad no era otra que la del Calmecac.
Llegado el momento ya no sería yo el que extrajera el corazón de Tezcatlipoca, ni lo desmembraría para después empalarlo en el tzompantli. Llegado el momento Yo sería Tezcatlipoca. Es por eso que año con año me entregaban las flautas que habría de destruir antes de ser consagrado en el templo, después de haber tenido comercio con las mancebas que fielmente me entregarían a él.
Ese era mi destino que me fue arrebatado con la llegada de los hombres barbados. El falso Quetzalcoatl que habría de tomar venganza de la humillación y el exilio que lo había obligado nuestro Señor Tezcatlipoca.
No fue suficiente que me hubiesen negado mi destino. Por mi condición de discípulo del Calmecac fui entregado a este Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco y obligado a vestir otros hábitos. Los años transcurrieron perezosos, adoptando otras lenguas, aprendiendo nuevos ritos.
Lo único que me ha mantenido en pie es ser testigo cómo durante el mes que nosotros llamamos toxcatl los hombres barbados entregan ritualmente a un mancebo sin tacha que gozará de un final similar al de nuestro Señor Tezcatlipoca. En esta Iztapalapa yo lo veo año con año inmolarse en un madero y ser adorado por todos como un Dios vivo.
El tiempo ha pasado inconmovible y mi cuerpo se ha encorvado en esta penosa labor de perpetuar en las crónicas de Fray Bernardino lo que fue el destino de otros y no el mío: el de Cristo y Tezcatlipoca.

lunes, 26 de octubre de 2009

Silencios




Hermanos cristalinos

bordados de penumbra

justifican su trayecto

íntimos



la túnica incrustada de humedad

libera su llanto escondido

cómplice del sueño extranjero

olvida su escasez en la mesa de un café


Por Gloria MiladelaRoca

jueves, 22 de octubre de 2009

183


Por Amílcar Barca


Washington DC. Bajo un sol de lujo, nos ponemos en la cola como corresponde a nuestro rol de viajeros educados. Las puertas gigantes del edificio aparecen abiertas y lustradas en aceite. Minerva, la diosa que surgió del cráneo de Júpiter, nos aguarda solemne en la pared con una esfera de oro entre sus manos: una lección sobre el conocimiento y la codicia se esparce sobre mí y sobre las sienes de la mujer adriática; mi mujer, amante de los incunables y los manuscritos antiguos.

Como ciega, percibiendo el olor de la historia bibliográfica del lugar, sabe que no lejos de nosotros se refugian desde la primera edición de la Biblia de Gutenberg, hasta el original Leaves of Grass de Whitman. Sin embargo, el gentío y la ostentación arquitectónica disuaden nuestro interés por seguir este recorrido. Guiados por el tour que nos ofrecen, subimos al segundo piso. Un pequeño balcón de mármol incita nuestra mirada hacia la planta principal. Sobrecogidos por el círculo perfecto de esta sala, vemos en minúscula a cuatro personas investigando bajo el efecto de la luz cenital de sus lámparas de estudio. El quehacer científico se palpa. Desde su pequeño océano interior, la mujer adriática, deja unas gotas del mismo en sus ojos...aprecio en ella, la envidia que le produce no poder estar en este instante aquí, sentada en la cuna del saber catalogado. Como han podido apreciar, nos encontramos en The Library of Congress. Después de la de Alejandría, la biblioteca más importante que existe y ha existido nunca en este planeta. Por un momento, mi pensamiento se detiene en este deslumbrante espacio circular llamado Main Reading Room. Unas lujuriosas ganas de estar ahí, en este preciso instante, me obligan a tomar el elevador situado a mi mano derecha . Aprieto el botón only staff y entro a mi esposa en el interior de un golpe. Con un clásico “...estás loco” en sus labios, la llevo por error al sótano del edificio. Se abre la puerta: un haz de tuberías y unos pasillos angostos despiertan mi vena transgresora. Debajo de aquel lujo aristocrático del hall, se transpira una vida rutinaria. Unas cámaras facilitan el control del “gran hermano”. Asustados, decidimos subir un piso más arriba en busca de la ambicionada sala concéntrica. Un ordenanza de aspecto enfermizo, nos indica el acceso a ella. Ya estamos frente a la entrada. Desde aquí percibimos el olor a barniz de las butacas y el deseo de estar bajo el amparo de la cúpula. Son las doce y ocho minutos, para ser exactos; quedan cinco horas para tomar el avión de regreso a Miami; la luz empieza su recorrido cenital. Me pongo en una línea e imito a un supuesto investigador que escribe sus datos personales en una lista situada sobre un atril negro. Al momento, enseña una identificación y accede. Después de inscribir mis datos, le sigo y muestro mi licencia de conducir de la Florida. Colocando su mano en mi pecho, un guardia de seguridad me detiene. En un inglés de la zona del Punjab y una batería de gestos en el aire me indica el lugar para tramitar mi autorización; nos deletrea LM104. Advierto desde el índice de su mano que habremos de tomar el ascensor de vuelta y traspasar un túnel que cruza por debajo la calle hasta el edificio Mádison building. Pues bien, regresamos al punto de partida y sobre un suelo de cemento húmedo y pulimentado ...unos funcionarios nos saludan como si fuésemos trabajadores federales. Sin luz posible de ventana pero con infinidad de ventanillas luminiscentes, llegamos al lugar convenido por las siglas. Entramos:“Buenas... soy periodista de Miami y estoy haciendo una investigación sobre la historia de este edificio”, le exhorto a una trabajadora afroamericana. Amablemente, toma una fotografía de mi rostro y unas notas de mis antecedentes. Pido para ir al baño. Con una luz de no más de 40W un viejo con faz de sabio está lavándose sus medias negras en la pileta de manos. Acabados los trámites, sentimos el calor del ID recién horneado en nuestras dedos. Nuestras fotos son hermosamente feas tal y como corresponde al espacio subterráneo donde nos encontramos. (A punto de entrar). Entonces, como si fuéramos dos toreros famosos paseando por la plaza redonda, oímos a escondidas los aplausos de los libros que, con una mudez borgiana, esperan de nosotros una respuesta. Pues bien, entre mis brazos cruzados y el poco aire de mi diafragma, sostengo el primer número de la revista The National Geografic; mi compañera el Liber Vitae Meritorum de Hildegarda Von Bingen, libro que trata de la teología moral en la Edad Media. Dentro de las filas concéntricas donde nos ubicamos, un número que nunca olvidaré, el 183, el asiento asignado para la lectura de nuestras piezas bibliográficas. No es nada y es todo a la vez. Es como el lugar otorgado después de tanta burocracia underground para presidir el templo del conocimiento humano. Hoy 15 de agosto de 2009, habiéndose cumplido los deseos de la mujer adriática y los míos, reconozco no haber escrito un artículo que hablase de la evolución histórica de esta institución. En cambio, sí he explicado como accedí a ella por los vericuetos arqueológicos de sus madrigueras. Los periodistas, a veces, nos traicionamos un poco tan sólo para apreciar el olor que se transpira en un cierto espacio, sin buscar necesariamente ninguna noticia. Éste... bien merecía copiar de alguna manera las técnicas del espionaje clásico. Por cierto, como ya saben, la guerra fría terminó hace un par de décadas y hoy sólo nos quedan tres horas exactas para coger el avión de regreso a la base. Por lo tanto dos palabras mágicas para la despedida: “cambio y cierro”.


viernes, 9 de octubre de 2009

Hiragana





















Por Omar Villasana



No bastaron sedas ni joyas

para saciar tu espíritu.

Absorta,

con celo contemplabas

el sinuoso camino

con que ellos recorrían

presente y futuro a pinceladas.


Paciente fue tu entrega

para reinventar las sílabas

que conformaban tu nombre.

Tu voz,

deseosa de perderse

por siempre

en ideogramas.


¿Cuántas noches

transpiraste el Kanji?


Mientras la tinta

te enseñaba a procrear

el Hiragana,

un amanacer

diste a luz

Genji Monogatari.



lunes, 7 de septiembre de 2009

Nagari Media Kit

Nagari is a quaterly magazine presenting contemporary arts, taking a committed interest in artistic developments globally, and in specific in the South Florida area. Nagari offers its readers a unique editorial approach, linking together the different forms of Hispanic contemporary creation. This independent publication presents not only literature but also, the visual arts, photography and interdisciplinary arts. It thus offers a very wide-ranging, comparative perspective on culture produced by minorities in the United States, promoting underrepresented authors and artists.

Nagari es una revista cuatrimestral que presenta arte contemporáneo y apuesta por el desarrollo artístico global, y en especial, en el área del sur de la Florida. Nagari les ofrece a sus lectores un enfoque editorial único, vinculando entre sí las diferentes formas de la creación contemporánea hispana. Esta publicación independiente presenta no sólo literatura, sino también artes visuales, fotografía y creación artística interdisciplinaria. Nagari ofrece una perspectiva comparativa de las diferentes culturas que coexisten como minorías en los Estados Unidos, promoviendo autores y artistas emergentes.

Circulation / Circulación

2,000 copies /
Mainstream and independent bookstores in the South Florida area, libraries, galleries and universities within United States, Spain, Argentina and Mexico

2,000 ejemplares
/ Grandes librerías así como librerías independientes en el área del sur de la Florida, galerías e universidades en los Estados Unidos, España, Argentina y México

Language / Idioma

Multilingual: principally Spanish with some English translation & Portuguese with Spanish translation

Multilingüe: español con algunas traducciones al inglés y portugués con traducciones al español


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miércoles, 19 de agosto de 2009

El molar de Judas: antología y exposición itinerante de libros de artistas y cortometrajes

El molar de Judas fue un tema para cuentos cortos del Taller creativo de Proyecto Setra (que se reúne en Books & Books, Coral Gables, el tercer jueves de cada mes). La primera lectura de textos se llevó a cabo el pasado 16 de julio del 2009. Con este título también Proyecto Setra desde Miami, con el apoyo de librodeartista.org en Sevilla, inaugura una exposición itinerante de libros de artistas y cortometrajes, el jueves, 20 de agosto del mismo año, en el CCAT (Centro Cinematográfico: 1637 NW 27 Ave Miami, FL 33125) de 5 a 8 p.m., con el estreno del corto: El molar de Judas de Gerardo Serra.

Esta antología tiene por finalidad dar a conocer la producción estética de algunos integrantes de este colectivo de artistas que funciona en Miami y tiene largo tiempo trabajando de manera independiente de ataduras institucionales.

Con la frase El molar de Judas los participantes libremente crearon sus narraciones breves, las cuales se caracterizan por la originalidad de los contenidos, lenguaje parco, sin demasiados rebuscamientos formales y finales sorpresivos. Se hace uso del libro de artista, soporte material o recurso técnico alternativo, cuya propuesta es contundente a la burocratización, comercialización y vicios del consumo artístico actual.

lunes, 17 de agosto de 2009

Reflexiones en torno a la Poesía

Por Omar Villasana

El poeta contemporáneo es un hombre entre los hombres y su soledad es la soledad promiscua del que camina perdido en la multitud.

Octavio Paz

Los poetas que hemos nacido a finales del siglo XX presentamos un doble anacronismo, pertenecer no solamente a un siglo anterior sino también a otro milenio. Hemos quedado huérfanos así mismo de las certidumbres propias del siglo pasado tanto en lo político como en lo estético.

Como menciona Miguel Gomes en su ensayo Después de los Ismos: La Voluntad de Historia en la Poesía Mexicana Reciente:

[...] los poetas que comienzan a publicar en los 1970 dan pocos indicios de que las vanguardias de principios de siglo sean el referente central de sus quehaceres, ni en la admiración ni en la censura. Ya no se rompe con ellas ni se les resucita programáticamente. No sólo verlos como “postvanguardistas” sería inútil y gratuito, sino que a duras penas podría aducirse algún tipo de articulación colectiva que permita hablar de un movimiento [...] (1)

Pero esta orfandad no es necesariamente un signo negativo o una maldición. Libre de las cadenas que pueden ser los dogmas el poeta aún hoy día oscila entre el ermitaño o el apóstol. El poeta dentro de su soledad busca trascender su condición histórica, no el asegurar su permanencia en la historia, en palabras de Cesare Pavese:

quien quiere hacer el arte de su tiempo “por necesidad histórica”, hará cuando mucho una poética, un manifiesto. (2)

Pero que mejor ejemplo de trascender la historia o la existencia sino la imagen del ahogado que ofrece el poema de Jose Carlos Becerra

EL AHOGADO

aquel hombre se unía a la soledad del mar,

iba y venía en sus olas y lo azul del agua

iba y venía en sus ojos cada vez más sin nadie,

unido a la soledad del mar aquel hombre soñaba

y no era un sueño,

y perdía su nombre, perdía su voz arrojada como una corona

[fúnebre

que el oleaje deshojaba al pie de otro silencio,

aquel hombre ya sólo tenía que ver con el agua,

con el color azul sacado del cielo a ciertas horas de la eternidad,

con la espuma que crece cuando el dios del mar despluma sus

[ángeles

con mano temblorosa,

aquel hombre se unió al mar,

un pájaro rompía el cascarón de la tarde, (3)

Me atrevo a citar este poema de Becerra pues no solo el poema, sino el poeta cumplen con una doble función en la comprensión de la poesía.

En el poema de Becerra el ahogado es el poeta que busca fundirse con el poema, en este caso el mar y todos los conceptos asociados con él. Pero en este intento el poeta siempre se encuentra a la orilla del precipicio. Siempre con la posibilidad de ser engullido por su obra. En algunos casos anulándolo en algunos otros más afortunados trascendiendo la voz del poeta, como en el caso del ahogado, que queda unido al mar.

Becerra muere a los 33 años dejándonos en las fotos que se conservan la imagen del poeta eternamente joven. Milan Kundera en su Ensayo sobre el arte de la novela La Cortina (4) habla del Poeta y el Novelista. Kundera compara la juventud con la “edad lírica” donde el individuo se envuelve en sí mismo y es incapaz de ver, comprender o juzgar claramente el mundo a su alrededor. Kundera considera que se alcanza la madurez al superar la actitud lírica y va aún más lejos al comparar este paso con la conversión de Saulo a Pablo cuando el novelista nace de entre las ruinas de su mundo lírico.

Coincido en visualizar al poeta como el eterno adolescente, pero esta juventud perpetua es el reflejo de la voz eterna que no envejece. Nadie recuerda de memoria todas y cada una de las palabras de una novela, quedan grabadas en nuestra mente las imágenes líricas, los momentos o sentimientos que más nos conmueven.

Edgar Allan Poe en sus ensayos The Philosophy of Composition y The Poetic principle (5) sostiene que el hábitat natural del poema es la Belleza, pero entendiendo por Belleza no una cualidad sino el efecto que resulta de la contemplación, la elevación pura e intensa del alma, no del intelecto o el corazón.

De acuerdo a Poe el valor del poema va en proporción directa del aumento de la excitación del alma en el lector. El poeta entonces por más hermético que pueda considerarse busca al final un lector, ser escuchado y si la comunión es feliz el diálogo.

Ya lo menciona Heidegger en Hölderlin y la Esencia de la Poesía:

Desde que los dioses nos llevan al diálogo, desde que el tiempo es tiempo, el fundamento de nuestra existencia es un diálogo[...]

El poeta nombra a los dioses y a todas las cosas en lo que son. Este nombrar no consiste en que sólo se prevé de un nombre a lo ya es de antemano conocido, sino que el poeta, al decir la palabra esencial, nombra con esta denominación por primera vez, al ente por lo que es y así es conocido como ente. La poesía esla instauración del ser con la palabra. (6)

Cómparese a Heidegger con lo que Jorge Luis Borges confiesa al escribir un poema:

Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas. (7)

Aqui nuevamente el Poeta entra en su vocación apostólica predicando la palabra. Para algunos poetas apóstoles como Pavese los libros y las palabras son el oficio, el medio para llegar a los hombres pero no el fin.

La visión del poeta apóstol llega en ocasiones a contraponerse con el poeta ermitaño, el hermético que se enfrasca en ocasiones en una lucha desigual con encontrar la palabra y por ende su voz.

El tenue balance entre apóstol y ermitaño dará a la luz el poema donde la ambigüedad no sea hermetismo, sino la universalidad del poema que encontrará múltiples lectores y lecturas.

La voz del poeta que encuentra las palabras queda plasmada en los versos de Hölderlin:

Es derecho de nosotros, los poetas,

estar en pie ante las tormentas de Dios,

con la cabeza desnuda,

para apresar con nuestras propias manos

el rayo de luz del Padre, a él mismo.

Y hacer llegar al pueblo envuelto en cantos

el dón celeste.

Referencias

(1) Gomes, Miguel “Después de los Ismos: La Voluntad de Historia en la Poesía Mexicana Reciente” Tigre la sed Antología de poesía mexicana contemporánea 1950-2005 Madrid: Ediciones Hiperión, 2006 página 56

(2) Pavese, Cesare El oficio de Poeta México: Universidad Iberoamericana Departamento de Letras, 1994 páginas 11,14,21

(3) Becerra, José Carlos El otoño recorre las islas México: Editorial ERA, 2007 página 60

(4) Kundera, Milan The Curtain New York: Harper Collins, 2005 páginas 88-89

(5) Poe, Edgar Allan Poems and Prose New York: Random House, 1995 páginas 166-167, 182

(6) Heidegger, Martin Arte y Poesía México: Fondo de Cultura Económica, 1995 páginas 136,137, 141,142

(7) Borges, Jorge Luis Siete Noches México: Fondo de Cultura Económica, 1995, página 106

martes, 28 de julio de 2009

El molar de Judas


Por Lidia E. Caraballo

“Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos” San Marcos, 9:35


Lo veo, absorto en el mar. El hombre es apenas un ave, una hormiga perdida en el armazón metálico del edificio. En el balcón, todos los días, aguarda su muerte. Esa es mi tarea. Me ha contratado para matarle.

Se ha adaptado a la soledad, pero no a la infamia. Su historia es simple: no hay sanador sin enfermedad, no hay salvador sin condena. No es esto lo que los discípulos querían oír, de ahí su estigma.

Contempla el tiempo de presente a pasado, todavía no está seguro de su eternidad. La verdad se sabrá una vez expire. Cree que su cuerpo restablecerá la paz en la tierra, que sus molares serán hostias de vida eterna.

Vuelvo a insertar mi cuchillo.

jueves, 23 de julio de 2009

El molar de Judas


Por Alejandra Ferrazza


Trabajaban día y noche con sus herramientas. Socavando la superficie, ya habían llegado a hacer un pozo bastante profundo.


Pero a veces hay sorpresas, y uno nunca debería fiarse de las personas.


Todo sucedió inesperadamente, primero un aluvión de agua dejó inoperantes a centenares de ellos. Una segunda remesa llegó sin pérdida de tiempo, pero éstos fueron atacados por una especie de tornado que arrasó con todo. El panorama se estaba poniendo difícil. No obstante lo grave de la situación, seguían llegando refuerzos, pero esta vez para quedar sepultados bajo un magma que no tardó en endurecerse.


Judas los traicionó sin aviso, tantas veces lo habían oído decir que jamás se sentaría en la silla de un dentista…, y ahí estaba, muy orondo con su molar de oro.

lunes, 6 de julio de 2009

El Molar de Judas


Por Omar Villasana


Carolina se detuvo un momento y observó por última vez a Joaquín, quien si acaso no estaba dormido su respirar era tan profundo que exhalaba grotescas cacofonías. El sexo no había sido nada fuera de lo común salvo la certeza de saber que había tomado un riesgo al aceptar la invitación de un desconocido. Lo que más le llamó la atención de Joaquín no fue su porte ni la serie de historias que ella estaba segura inventaba con el afán de llevarla a la cama. No podía recordar con detalle la conversación pero si le había sorprendido que en lugar de las trilladas frases de ligue fácil Joaquín inició la charla haciendo referencia a un terrible dolor de muelas que le aquejaba.

Ambos tomaban una copa en el Bar Arte, el cuál según Joaquín, el mismo había bautizado, y contrario a su voluntad, era mayor la frecuencia con la que se encontraba tarde tras tarde, varado en el mismo lugar. Pero en esa ocasión se adivinaba en los ojos de Joaquín su deseo de remontar otros puertos y sumergirse en un oleaje de sábanas.

Carolina dudó en dejar el número de su celular al lado de la cama, en su lugar tomo un jabón marca Rosa Venus del baño. No por el hábito que tantas personas tienen de llevar consigo los objetos de tocador de los hoteles sino como prueba para poder presumir con sus amigas aquella travesura. La puerta se cerró con sigilo cuidadosa de no turbar el sueño de Joaquín.

Joaquín se miró detenidamente ante el espejo del motel, para cerciorarse que era él y no otro el que se había acostado con esa muchacha de la que apenas conservaba en la memoria sus facciones.

Se refrescó el rostro como si el agua pudiera expiar sus culpas. ¿No es eso acaso el bautismo? ¿La limpieza de los pecados mediante el agua?

Lentamente se dejó caer sobre la tapa del retrete.

Lejos de allí una mujer fingía esperarlo. Raquel se había resignado, o por lo menos eso quería creer Joaquín, a sus frecuentes llegadas a deshoras y a su aroma a jabón chiquito.

Esa mañana con su característica ironía Raquel le sugirió a Joaquín que se atendiera con el dentista ese dolor que lo tenía hecho una piltrafa.

Raquel sonreía con un sutil sadismo mientras observaba a Joaquin salir de la casa. No permanecía junto a él por un falso sentimentalismo o un miedo al que dirán. Raquel quería estar segura que su contribución a la infelicidad de ambos sería constante y permantente hasta que la muerte los separara.

La mirada de Joaquín se perdía entre las sábanas que ya no guardaban ese cuerpo suave que sus manos inútilmente trataban de reproducir.

Lo suyo no era vicio, ni lujuria, se repetía. Era una necesidad fisiológica, el único sedante que podía mitigar ese dolor insoportable que le producía su molar derecho cuando tedio y frustración se le venían encima. Ese dolor solamente podía ser controlado en un abrupto encuentro, con el orgasmo de un cuerpo que no fuese el de Raquel.

Joaquín se reincorporó, se observo de nueva cuenta en el espejo. Buscó sin éxito un cepillo de dientes.

Llenó un vaso con agua y arrojó en el su dentadura postiza.

miércoles, 1 de julio de 2009

Librodeartista.org y Revista Nagari



Librodeartista.org y Revista Nagari tienen el placer de invitarlos a colocar sus poemas, cuentos, ensayos, fotos, en este grupo de discusión:

http://librodeartista.ning.com/group/revistasensabladasyrevistasobjeto


La idea es tener un banco de información literaria y visual con la intención de trabajar en colaboración.


Fecha: 2 de Julio al 4 de agosto.


En esta oportunidad el tema es lo Sagrado y lo Obsceno.


El soporte de los textos será creado por integrantes del colectivo artístico Proyecto Setra (Organización sin fines de lucro que opera en Miami, Florida).


El lugar de exhibición probablemente sea La Feria del Libro de Miami en Noviembre 2009.


Nota 1: Cuando coloques tu texto escribe tu nombre, nacionalidad, lugar de residencia.


Escribe: autorización para ser publicado libremente.

Nota 2: El mismo material impreso, es decir los poemas, narrativas, ensayos e imágenes de este banco literario puede ser utilizado por otras comunidades artísticas que participan en este portal y realizar el soporte que incluya dicho material y promocionarlos en sus localidades de residencia o enviarlo a exhibiciones u otros eventos.

miércoles, 10 de junio de 2009

Renga (poema) colectivo



El sol dibuja
garabato dorado
en tus pupilas.... (Judith)


Confuso arabesco,
llega el laberinto. (Lidia)




Nacen matices,
crepúsculo en rosa
desde su centro. (Gloria)



Busco pinceles rojos
para sacarles sangre. (Roger)


El olor a hierro
derramando su energía

sofoca la luz. (Javier)



Exiguo vaho trastoca
aurora en tu mirada. (Omar)




Los párpados,
cortinas terciopelo
derrotan la luz. (Toa)



Tenue sol del ocaso

desvirtúa tu rostro. (Alejandra)



Cada parpadeo
derrite las pestañas,
óleo y espacio. (Yisell)



En brazos de Morfeo
de placer me anonado (Miguel)

Puedes participar escribiendo a: proyectosetra@gmail.com

lunes, 8 de junio de 2009

Mi padre allá lejos


Por Roger Silverio


A ese dulce Viejo que camina lento con sueños truncados,

al cargar dolores de mil sinsabores, el viento ha doblado.



Es que es un reflejo de arrugado espejo de azogue gastado,…

cuyo sentimiento va junto al lamento de un triste pasado.



Ese, cuya mano siempre firme y fuerte guiaba mis pasos,

hoy tan temblorosa frágil mariposa derrama los vasos.



Ese, que ayer fuego de fragua encendida derretía el acero,

hoy, casi sin vida balbucea pucheros al decir te quiero.



Ese, cuyos ojos, dos rayos veloces, todo lo captaba,

parpadean oscuros buscando en apuros lo que ayer hallaba.



Ese, no es cualquiera, es mi padre amado que solo ha quedado,

porque yo,… su hijo que tanto bendijo, lejos me he marchado.



Mi arrugado espejo, mi padre allá lejos



jueves, 4 de junio de 2009

La Cascada Acapulco, un cuento mexicano

Por Roberto Luis Savino


Me trajo las enchiladas en salsa verde, acompañadas de arroz, frijoles, queso blanco rayado y ensalada de lechuga, tomate y cebolla, en un plato amarillo, largo y ovalado, que - me advirtió – estaba “muy, muy caliente”. Durante la espera había abierto la servilleta que envolvía los cubiertos y le había exprimido medio limón al vaso de agua sin hielo, como siempre lo ordeno. “¿Hoy no gusta guacamole, amigo?”, me había preguntado. “No, hoy no, igual muchas gracias.” En ese momento todavía suponía que era por eso regresaba una, dos o hasta tres veces a la semana a comer en La Cascada Acapulco, porque Julieta - así se llama la mesera - ya conocía mis preferencias, y ese trato familiar me entibiaba un poco el corazón en un lugar como este, tan lejos de la patria y, como casi siempre, almorzando solo. Julieta me sonrió, se dio la vuelta y caminó hacia la cocina, al fondo y a la izquierda del restaurante. Desde mi mesa veía el tatuaje en el cuello del cocinero, un hombre alto y grueso con la cabeza afeitada, pero pronto abandoné la idea de imaginar dónde se lo había tatuado y por qué había elegido ese diseño (que ni siquiera podía ver con precisión desde mi silla, pero que parecía ser un árbol en llamas). Me quedé viendo la puerta giratoria de la cocina, que nunca dejó de bambalearse, hasta que Julieta salió, un par de minutos luego. La vi perderse, de nuevo, esta vez detrás de una de las columnas del restaurante. Escuchaba su voz, delgada y fuerte, que repetía en voz alta la elección de los comensales sentados en aquella mesa, “dos taquitos al pastor, una orden de enchiladas en salsa roja, mole con pollo… y la ensalada no más de lechuga y tomate ¿no?, nada de cebolla… ¿Algo más, amigos?”. Para entonces ya me había comido todos los nachos de la cestita que había en la mesa, y hubiera comido más si me los hubieran traído; todavía sobraba un poco de salsa. Me limpié la boca con la servilleta y seguí comiendo, lentamente.

Ya sé que no debo tomar durante el almuerzo, que luego se me hace larga y pesada la tarde, y que, aunque a veces me pongo simpático, la mayoría de las veces me quedo callado, pensando en mis saudades. Pero nadie me detuvo cuando le pedí a Julieta la cuarta, la quinta, la sexta cerveza. Pronto sentí que la sangre se me ponía valiente y decidí llamarla. Julieta se acercó, preguntándome, aún sin haber llegado hasta mi mesa, si se me apetecía “otra”. Su pregunta me desilusionó; supongo que hubiera preferido que me preguntara otra cosa, como “y ¿por qué al amigo está bebiendo hoy tanto?”, algo que me hiciera pensar que ella se interesaba en mí más allá de lo que pudiera añadirle a mi cuenta. Me dije que si alguien tenía que comenzar a hablar de algo aparte del menú, era yo. Le pedí que se sentara un momento pero se negó, y vi en su cara que ya había notado que las seis o siete cervezas habían sido suficientes, quizá demasiadas, para mí. Pero no se escabulló. Pudo haberlo hecho, pero no; se quedó allí, parada, viéndome, al parecer sin saber qué hacer. Le pregunté, “¿Tú sabías que yo también soy de México? Soy de Guanajuato.” Ella me dijo, “sí, claro que lo sé, amigo. ¿A poco no le iba a reconocer el cantadito?”. Sonrió, y entonces le pregunté, mirándole a los ojos, uno por uno, detalladamente, “y ¿cuándo llegaste al Norte, muñeca?”. Se sonrojó, o me pareció que se sonrojaba, y me dijo que había llegado en el 2001, justo antes de lo de las torres en Nueva York, y que antes de llegar aquí, a Washington, había pasado unos años en California, donde también trabajó de mesera, “en un fonda pequeñita, mucho más que este restaurante, pintada de naranja y con mesas y sillas de plástico. Yo era la única mesera.” Julieta es una muchacha joven, al menos quince años menor que yo, y aunque siempre le había encontrado atractiva, nunca, hasta ese momento, había reparado con detalle en su belleza, su piel oscura, sus ojos café, su cabello entornillado y corto, su boca de pastel. En ese momento quise tener su juventud con olor a perejil, comino y jalapeños entre mis brazos, apretándola. Me pregunté si ella se había imaginado alguna vez mi viejo pecho cubriendo su espalda. Tragué saliva antes de hacerle otra pregunta, “y ¿llegaste cómo, muñeca? ¿Eres mojada, como yo?”. Respondió que sí, añadiendo que prefería no seguir hablando del tema. “Lo siento”, me disculpé. “No, si no es culpa suya. La culpa es de Alfonso Santos Torrealba.” Por supuesto, quise saber quién era ese señor, y se lo dije. Me miró por unos segundos y, cambiado su tono alegre por uno que me pareció más bien asustado o distante, me dijo, “a ver, le explico…

Yo soy de un pueblito muy pequeño que se llama La Ventosa, que queda en las costas sureñas de Oaxaca, un lugar muy seco y, pos, bastante pobre. Allí nací, por allá en 1980, y allí me crié y viví por muchos años, primero en casa de mis abuelos, que diosito los tenga en su gloria, luego en una casita que mi mamá consiguió en las afueras del pueblo. Antes de que pregunte por mi familia” - me advirtió – “le cuento que, de niña, siempre me dijeron que mi padre fue un gran pescador, y que una madrugada salió en su bote y no regresó nunca más. Mamá me decía que había muerto en el mar, por culpa de una tormenta, y yo le creía hasta el punto de que por muchos años no quise bañarme en la playa porque pensaba que un día iba a regresar flotando, muerto.” Pausó para respirar, y ese par de segundos le alcanzaron para pasear su mirada por el horizonte, sobre el agua gris y las montañas moradas de la costa del Puget Sound. “Muchos tiempo más tarde, mi hermano, Ricardo, me contó que sí, había sido un gran pescador, pero no había muerto pescando sino que murió por culpa de…”. “¿Alfonso Santos Torrealba?”, interrumpí yo, emocionado. “No, no”, dijo ella, filtrando una blanda sonrisa. Yo también sonreí, y contuve las ganas de poner mi mano sobre la tuya, que reposaba sobre el respaldar de la silla del madera al lado de la mía. Julieta continuó contándome su historia. “Mi padre murió en el agua, pero no en una tormenta, como me había dicho mi madre, sino por culpa del trago, del tequila. Esa noche había bebido mucho, y como no había tenido suerte en la pesca ni esa semana, ni al anterior, ni la de más atrás, le dio por salir y sacar su bote en medio de la noche, completamente borracho, gritando que iba a traer pescados enormes, que nunca más nos iba a faltar nada de nada…Nadie lo detuvo y mi padre no regresó nunca más.” Qué historia tan triste, pensé, pero no se lo dije. No quería que ella creyera que le tenía lástima, aunque sí que se la tenía, sin reparar que de la lástima también puede nacer el sentimiento de protección, y de la protección la sensación de adueñamiento… y de allí a los celos y al amor es sólo un saltito, corto pero de difícil retorno. Tragué saliva, de nuevo. “Pero, entonces, Julieta, ¡no me ha dicho quién es Alfonso Santos Torrealba!” Ella respondió, asintiendo, “un momentito, un momentito, a eso vamos.” Ambos nos reímos y me di cuenta que ella se notaba un poco más relajada, menos aprensada. “La primera vez que recuerdo haber escuchado su nombre debí de haber tenido unos once o doce años, me parece,” continuó, “y desde ese momento no dejé de escucharlo al menos una vez al día, si no más. Alfonso Santos Torrealba era un señor de los más ricos del pueblo, muy influyente, dueño de muchas tierras, de animales y barcos de pesca. Dicen que también estaba involucrado en la política, pero de eso no me enteré bien nunca; era un tema demasiado complicado. Por esa época mi hermano ya se había ido de la casa rumbo al norte, a Guadalajara, buscando trabajo en cualquier cosa. A veces nos mandaba algún dinerito pero no alcanzaba para mucho y mamá tenía que coser, limpiar, y cocinar para que pudiéramos vivir y alimentarnos. Fueron tiempos muy duros, recuerdo, pero yo era sólo una niña y pensaba que la vida era así, y punto. Pero entonces Alfonso Santos Torrealba comenzó a pasar por la casa, cada vez con más frecuencia. Cuando se escuchaba su caballo afuera, mamá se lavaba las manos, se las secaba con el delantal, que se manchaba con sombras de agua, y salía a hablar con él, que nunca se bajaba de su animal y tampoco se quitaba el sombrero. Recuerdo pensar que eso debía significar ser alguien importante, no tener que bajarte del caballo ni quitarte el sombrero cuando hablabas con alguien; todos los demás en el pueblo lo hacían menos él, el gran Alfonso Santos Torrealba, ja…” Descubrí un rastro de rabia en la risa de Julieta pero no quise que desviara su relato así que insistí en que siguiera. “Y ¿para qué iba tanto a la casa Alfonso Santos Torrealba?”, pregunté, tal vez con demasiada ingenuidad. Julieta, inmediatamente, me miró a los ojos y vi que los suyos parecían en llamas. Me gritó, “¡porque mamá me estaba vendiendo!”. Su grito hizo que la poca gente que quedaba el restaurante volteara a vernos y, ella, sonrojada, se dio cuenta que otra mesa la necesitaba. “Ya regreso”, me dijo. Mi corazón tumbaba con fuerza mientras el eco del grito de Julieta se repetía en mi cabeza… “¡Porque mamá me estaba vendiendo! ¡Porque mamá me estaba vendiendo!” El cuerpo de Julieta caminó con una cadencia dulce y resbalosa a la otra mesa, se inclinó levente, y regaló una sonrisa a los comensales con los que conversaba. De ahí a la cocina, de la que salió unos minutos más tarde con un par de flanes de coco, con su cereza de adorno y dos cucharitas. Volví a tragar saliva.

Julieta regresó a mi mesa y, por su voz, supe que se había arrepentido de haber gritado aquella terrible acusación a su madre. Durante esos minutos lejos de mi mesa había recapacitado; su tono era ahora conciliador: “Como le había dicho antes, eran tiempos muy duros, aquellos. Mamá quería para mí una vida mejor, que yo pasara menos trabajo que ella, que fuera más feliz. Ya no la culpo por haber querido entregarme al hombre más rico del pueblo porque sé que, en el fondo, ella quería lo mejor para mí...

Todo comenzó una tarde,” me confió, “luego de la misa de domingo. Mamá y yo caminábamos tomadas de la mano de regreso a casa. Alfonso Santos Torrealba, al parecer, nos vio en medio de la calle de polvo, y al día siguiente mandó a llamar a mi madre. Le dijo que me había visto y que, como él sabía de mujeres, sabía que yo iba a crecer y convertirme en una hermosa mujer oaxaqueña y que, pos, me quería para él, como si los veinticinco años de diferencia entre mi edad y la suya no importaran, y ¡sin siquiera preguntarme a mí primero! Mi madre estaba asustada y aceptó, la pobre, haciéndole prometer primero que él debía esperar a que yo cumpliera los quince años y que, luego, debía asegurarse de que yo y ella no pasáramos ningún trabajo. Alfonso Santos Torrealba aceptó, desde luego. Él siempre se salía con la suya…” Me di cuenta que el rencor de Julieta tenía también algo de admiración. ¿Cómo era Alfonso Santos Torrealba, no el personaje, el mito, sino el hombre? Le hice esa pregunta y, para mi sorpresa, la respuesta de Julieta fue suave, nostálgica. “Nunca lo conocí bien. Lo recuerdo montado en su caballo, alto y con una mirada de fiera. Sus bigotes eran cortos y afilados, y en su voz había una fuerza distinta que te obligaba, de alguna manera, a obedecer. Siempre cargaba una pistola pero nunca supe si alguna vez tuvo que usarla. Era un hombre respetado pero se decía que no era muy honesto, que tenía negocios extraños por aquí y por allá. Pero, sobre todo, era un hombre que sabía lo que quería, y que no descansaba hasta conseguirlo. No se lo ocultaba a nadie, además. Por eso es que, cuando yo cumplí los quince, ya todo el pueblo sabía que iba a venir a buscarme. Creo que yo fui la última en enterarse, pero cuando lo hice tuve mucho miedo, y así fue como el día de mis quince, antes del anochecer, salí de casa, corriendo… Y, fíjese, hasta aquí he llegado. Pero no le miento... Mi sueño tampoco era ser una mesera en esta esquinita del mundo, no. A veces me pregunto ¿Sabe? A veces me pregunto… ¿Qué hubiera pasado si con mis quince años me hubiera montado en el caballo de Alfonso Santos Torrealba? ¿Sería hoy la dueña y señora de La Ventosa?” En sus ojos, igual que como ocurre en el cielo, había un aviso de lluvia, de tormenta. Antes de que llorara puse mi mano sobre la suya y le dije, “todos, alguna vez, hemos salido corriendo. Lo difícil no es escapar sino saber cuándo hay que detenerse…” Julieta no movió su mano y supe que, en ese momento, yo era Alfonso Santos Torrealba.