lunes, 6 de abril de 2009

De sueños y ficciones

Por Alejandra Ferrazza


Tuve el encuentro con Jorge Luis en una confitería de esas que se encuentran en cualquier esquina de Buenos Aires.

Me acerqué tímidamente cuando lo reconocí. Estaba solo, sentado en esa posición que le era suya: las piernas cruzadas y las manos apoyadas sobre la curva del bastón.

Parada frente a él, sentí que había notado mi presencia y le dije: Señor Borges…

Él giró la cabeza levemente mientras sus ojos se perdían sin voluntad en un punto para él inexistente.

- ¿Dígame…?

- Señor, siempre quise conocerlo…he leído sus libros, lo admiro profundamente.

- ¿Perdone, siempre quiso conocer a Borges…o a mí?

- A usted, al maestro, o ¿acaso no son una misma persona?

- No lo sé – me dijo- es un duelo que existe entre los dos.

- ¿Espera a alguien?

- Puede ser, hace mucho que espero y ya no recuerdo qué. No sé dónde estoy y si me voy, tampoco sé a dónde dirigirme.

Se levantó y preguntó:

- ¿Qué hora es?

- Son las nueve.

- Déjeme guiarlo – le dije- y lo tomé del brazo.

Juntos caminamos sin destino, mientras él me contaba de su niñez en el barrio de Palermo, de su institutriz británica Miss Tink y de los malos ratos en cuarto grado, cuando sus compañeros se burlaban de él por los lentes y el estilo de ropa con que los padres lo enviaban a clase.

También me habló de sus veranos en Adrogué o en casa de sus familiares uruguayos.

Le pregunté de Argentina, hacía mucho que yo faltaba del país.

“Creo que la República Argentina no puede ser explicada. Es tan misteriosa como el Universo”.

Seguimos caminando en silencio por un largo rato y comenzó a llover.

Me dijo: podemos refugiarnos en un lugar que yo conozco…y me dejé guiar por su ceguera.

Llegamos a una casa, dentro de ella y tomados de la mano la recorrimos. Entramos en una habitación llena de espejos y nos vi reflejados infinitamente, pero cada reflexión era una secuencia de nuestros movimientos, él me dijo: cada espejo representa el tiempo y nosotros somos una realidad dentro de otra en cada uno de ellos, pero así como el tiempo no existe, tampoco existen estas realidades y lo que vemos tal vez sea un sueño.

Increíblemente él me guiaba, atravesamos uno de los espejos y caímos por una escalera, con tanta levedad que no tocábamos los escalones, parecía que estábamos volando en la caída. Tocamos el piso con suavidad y al abrir los ojos vi todo lo que tenía que ver: el conjunto infinito, el espacio cósmico en sí mismo. El Universo desde todos sus puntos.

Su mano en mi hombro me sacó muy delicadamente del asombro para seguir el recorrido, y me guió por senderos bifurcados, bibliotecas infinitas, laberintos, espejos velados…hasta terminar en una calle de Buenos Aires, donde nos encontramos con un Borges joven que no reconocía al octogenario que se plantaba frente a él, desafiando toda ley.

Y allí los dejé uno frente al otro, como en un duelo, mientras yo me alejaba de esa ficción, una más dentro de las tantas ficciones de esta realidad, tal vez el sueño de algún Dios.

Eran las nueve y un minuto.

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