viernes, 24 de abril de 2009

23 de abril: Día Internacional del Libro


Por Eduard Reboll

El primer libro que pasó por mis manos se llamaba Mundo Infantil. El autor debía ser el contable de la editorial porque, a parte de mapas troquelados, e imagenes exóticas, contenía una serie de estadísticas económicas sobre los países del mundo sin apenas precisión y con muchos dibujos. Por supuesto no tenía autor (... que yo recuerde) y sólo lo utlilizaba con una linterna durante las noches de verano cuando me tapaba con una simple sábana blanca en el lecho a imaginarme un día en el desierto de Gobi y otro bajo la espesura del arbusto y la humedad en la Amazonía. Ni los viajes y aventuras de Julio Verne, ni David Copperfield, ni Oliver Twist, o Miguel Strogoff pudieron con este libro tan barato y con poca sustancia. Después, que me llamara la atención en la iglesia, se encontraba La Historia Sagrada: la fascinación por Judea, el Monte Sinaí, la historia de Lot, la petición de Dios a Abraham de matar a su progenitor, Herodes...Y ya dentro del campo literario el primero que recuerdo fue La Busca de Pio Baroja, La Regenta de Clarín, La Peste de Camús . Mi profesor de literatura era una sujeto impredecible igual me pegaba una torta por hacer el payaso en público, que me llevaba a su casa a contemplar su original mesa porque decía que yo sabía apreciar lo diferente. Girada al revés con las cuatro patas hacia arriba y la tabla en el suelo, la susodicha sostenía una espesa plancha de vidrio verde. Encima, unos pocos libros de teatro entre ellos Ronda de mort a Sinera de Salvador Espriu y La escalera de Buero Vallejo, un plato de garbanzos con los huesos de la carne por roer, un vaso corto de vino tinto y un cenicero con un cigarrillo encendido de la marca ducados: “ El humo ayuda a comprender aquello que no se quiere advertir en un libro” me decía el maestro Rovira con sus espejuelos de botella y unos labios quemados por la nicotina y el frío. En el hogar familiar, en la mesita de noche de mi madre, descansaba entre otros novelas extrañas, Al filo de la navaja de Sommerset Mogan o Las confesiones de San Agustín. Y en la de mi padre Como ganar amigos de Dale Carnegie, precisamente no porque no los tuviera, sino para atraer a otros a su negocio de venta al por mayor de frutas y vegetales. El abuelo leía ensayos sobre Ortega y Gasset y la abuela no pasaba de leer a nuestra recien difunta y maestra de la novela rosa Corín Tellado. A los veintiuno, durante el servicio militar, empiezan mis verdaderas lecturas...pero esto lo guardo para el 23 de abril del próximo año. Por cierto hoy no se olviden de comprar un libro...es la tradición y en mi país, Catalunya, las mujeres, además, reciben una hermosa rosa roja.

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