sábado, 13 de diciembre de 2014

“La muerte tiene los días contados”, nuevo poemario de Mario Meléndez

Vastamente reconocido por el público lector y la crítica especializada, el poeta chileno Mario Meléndez fue hace tiempo consagrado como una de las mejores voces actuales de la poesía latinoamericana. Su trayectoria –pese a su todavía presente juventud- abarca un nutrido arsenal de títulos que ratifican por derecho propio lo señalado en el párrafo anterior. Es un nuevo acierto de la editorial Buenos Aires Poetry (ISBN 978-950-43-2837-7, Colección Pippa Passes, noviembre 2014, Buenos Aires, Argentina)  incluir una de sus mejores obras, “La muerte tiene los días contados” en su catálogo, brindando así la primera edición argentina de uno de sus poemarios, cuando ya han tenido cabida en prestigiosos sellos de Latinoamérica y Europa, y en esta última, en magistrales traducciones a lenguas extranjeras.
No en vano “La muerte tiene los días contados” ha recibido el elogio de diversos y destacados autores, entre ellos el gran Nicanor Parra, quien a lo largo de su siglo de vida ha leído y escuchado una vasta gama de trabajos poéticos, pero quien ante la obra de Meléndez no dudó en manifestar, en su momento: “¡Caramba! Hace tiempo que no leía un texto que se sostuviera por sí solo”, expresión que habla a las claras del impacto que espera al lector al recorrer la páginas siguientes.
¿Qué sostiene erguido a este poemario de Mario Meléndez, tal como lo declara el máximo poeta chileno viviente, el autor de los famosos “Poemas y Antipoemas”? ¿Qué hará que siga de pie, según pase el tiempo, según será fácil de advertir ya desde la primera lectura?
Las razones son varias y entre las fundamentales, revista la innegable calidad de los trabajos que aglutina el autor bajo este título: se trata de una obra de impecable unidad estilística, una que ha sabido reunir en una voz inconfundible y ya propia de Meléndez las decantadas influencias de autores latinoamericanos, estadounidenses y europeos, actuando como una original síntesis de esa polifonía. El manejo maestro de los recursos literarios que exhibe el autor le permite trasmitir a la sensibilidad y al intelecto del lector, simultáneamente, el sentimiento y la idea, la emoción y el concepto, con una innegable capacidad por parte de Meléndez para encontrar la expresión justa y ubicarla sabiamente en el contexto, reforzando su intensidad particular al tiempo que potencia lo general del poema. Repetido este logro a todo lo largo de la obra, el conjunto posee una fuerza expresiva que se destaca por sí misma y, curiosamente, aparece como uniformemente distribuida en todo el continuo del poemario. Señalable característica, pues no es habitual que un poemario de cierta extensión, como el que nos ocupa, acuse tan marcado equilibrio escritural. Se trata de una poética sin altibajos –los esperables incluso en autores de todavía más dilatada trayectoria y tiempo en el oficio que Meléndez y notoriamente consagrados- que sorprenderá, también por esta peculiaridad, a quienes se aventuren en sus páginas.
Asimismo, creo que éste es el momento adecuado para hacer una salvedad: como bien sabemos, nadie puede definir cuál es, ni siquiera en donde estriba, el innegable valor de una obra de arte poética. Es algo que se halla difuminado, esparcido por todo el conjunto, siendo inapresable para la palabra crítica. Podemos decir que “El cementerio marino”, de Paul Valéry, por ejemplo, es una obra maravillosa, pero al momento de pedírsenos que explicitemos en dónde radica su extraordinaria cualidad, nos será prácticamente imposible aislarla y someterla a examen. Invariablemente, la mayor parte de esa “razón de ser” poética de la citada obra se nos escapará y cuanto dejemos sobre el papel respecto de ella parecerá empalidecido, apenas referente, mero esbozo, ante la plena luminosidad de la obra a la que intenta vanamente describir o, siquiera, aludir. De modo semejante, ante lo alcanzado por Mario Meléndez en su sombría, riente, sarcástica, escalofriante, chispeante e “irreverente” (esto último, solamente para algunos y algunas) obra presente, se quiebra el lápiz y se atora el dedo en el teclado a la hora de particularizar sobre sus logros. Debo pedir disculpas por las torpezas de mi sola autoría que siguen a esta necesaria aclaración, al referirme a algunos aspectos de “La muerte tiene los días contados”.
Pero voy a intentarlo como mejor yo pueda.
En principio, señalemos que toda ironía en el fondo –y aun por delante- conlleva una mirada piadosa dirigida en espejo a aquello sobre lo que se ironiza. Que la ironía que destila –entre otros aspectos- esta obra de Meléndez, tenga por objeto la más impiadosa de las entidades, la mismísima señora de la guadaña, habla a las claras del punto de partida original que ha elegido el poeta para su trabajo, donde el hombre, que es el único animal que sabe que se va a morir, se dirige a la muerte a escala de la historia pasada y la más reciente, despojándola de su aura fúnebre a medias, para “humanizarla” a un grado tal que, por momentos, hasta la misma muerte nos despertará una sospechosa “condolencia” –no hay término más apropiado, dado el objeto- respecto de su suerte. Aquí, sin embargo, se evidencia el sentido del sentimiento despertado en espejo: quizá no nos condolemos de la suerte de la muerte, sino de la nuestra propia, proyectados en su temible figura. La muerte interlocutora de Meléndez, la fijada por Meléndez, no es solamente la alegórica entidad ni el hecho irreversible y biológico que a todos nos acecha seguro de su ineluctabilidad: es otro disfraz del hombre, quien debe aludir y eludir para hablar de aquello que lo toca hondamente.
El volumen se halla dividido en nueve secciones: “La vida privada de la muerte”; “La muerte lloró a los pies de Jesús”; “La muerte tiene los días contados”; “Los heterónimos de la muerte”; “Los personajes de la muerte”; “La muerte lleva una camisa de fuerza”; “Postales del más allá”; “Historias de la vida irreal” y “La muerte, todavía”. La presente edición argentina es una versión corregida y aumentada por el autor, respecto de la inmediatamente anterior, aparecida en Rímini, Italia, bajo el sello de Raffaelli Editore, en 2014, bajo el título “La morte ha i giorni contati” (edición bilingüe, italiano y español), en traducción de Alba Metaponte y prologada por el destacado poeta chileno Francisco Véjar. En efecto: la sección “Historias de la vida irreal” es incorporada recién en esta edición argentina, constando de los poemas titulados: “El cadáver de nadie”; “Historias de la vida irreal 1”; “Historias de la vida irreal 2”; “Tango feroz” y “Por tu propio bien”, cuando este último poema integraba, en la edición italiana, la sección final, “La morte, tuttavia”. Asimismo, en la sección “Los heterónimos de la muerte”, la edición italiana incluye el poema “La morte parlò in privato con Dio”, descartado por el autor en esta edición. En la sección “Postales del más allá” de esta edición de Buenos Aires Poetry falta el poema “Bonsai”, incluido en la de Raffaelli Editore.
La obra de Meléndez, lejos de cristalizarse, se encuentra siempre en una permanente metamorfosis y un proceso de cambio, al estilo de aquel óleo de Pablo Picasso que el célebre pintor encontró en un museo privado, años después de haberse desprendido de él, y que allí mismo retocó a su parecer, mostrando cómo, más allá de las fijaciones establecidas por la cultura, la obra sigue siendo de la sola propiedad de su creador.
Desde luego que lo anterior no agota de modo alguno cuanto puede decirse sobre el presente volumen, habida cuenta de lo antes señalado respecto de lo intangible e irreductible de la obra de arte, pero supongo que puede servir como un mediano antecedente para quien desee adentrarse en una de las obras más interesantes que ha dado la nueva poesía de nuestra América. En definitiva, “La muerte tiene los días contados”, en todas sus versiones, es una pieza ineludible en el anaquel destinado al género.

Luis Benítez

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ASI ESCRIBE MARIO MELÉNDEZ

Tres kilos pesó la muerte

Cuando nació la muerte
nadie quiso tomarla en brazos
era tan fea como las gordas de Botero


No durará mucho
dijo la madre al salir del parto
tan resignada y ausente
como una piedra en medio del temporal


Pero la muerte traía en los ojos
una luz endiablada
un dulce escalofrío de eternidad

Se equivocaron los médicos
y la matrona
y aquél que pasó la noche
llamando a la funeraria

Ahora es un bebé robusto
comentan las enfermeras
y a veces hasta Dios le cambia de pañales

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Autorretrato de la muerte


Qué puedo agregar de mí
que no se haya dicho o escrito
o publicado por esa manga de reporteros
parados noche y día en las afueras del cementerio
subidos en las cruces
escondidos en los nichos vacíos
atrincherados en la fosa común con sus cámaras hambrientas
para ver si me atrapan en algo poco digno
o consiguen una instantánea de mi esbelta anatomía
o se llevan la exclusiva de mi rostro al despertar
saliendo de ese féretro que parece congelador
o tomando el sol en traje de Eva
recostada sobre la tumba de mi madre
Qué puedo agregar de mí
que los gusanos no aclararan en su momento
que Chagall no tuviera en mente
mientras colgaba detrás de su tela
o esas moscas que acompañaban los restos de Baudelaire
no hayan hablado en la sobremesa
o el fantasma de Vallejo no haya previsto
en esa noche de aguacero
Qué puedo agregar de mí
salvo que he sido feliz en los campos de batalla
aconsejando a los suicidas
mientras se miran al espejo por última vez
visitando a los enfermos terminales
tomando la palabra en el entierro de   Cervantes
cargando el ataúd de Miguel Ángel o John Lennon
probándome el pijama de Mandela
Qué puedo agregar de mí
si cada letra de mi loca biografía
la escribirán ustedes tarde o temprano

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La muerte habló con Benedetti

17 de mayo de 2009

Ya es hora, le dijo
sabes muy bien como es la cosa
no me hagas perder el tiempo
y empieza a caminar hacia esa puerta
lentamente, donde mis ojos te vean
Olvida tus zapatos, tu voz, tu dentadura
y déjate llevar, disfruta de este viaje
ponte cómodo, verás que tengo razón
y te acostumbras a tu nueva identidad de muerto
donde no podrás escribir, es verdad
no podrás contarle a los amigos
que tu sombra crece hasta el infinito
que la noche se colgó de una estrella
y su cuerpo sigue tibio en la morgue de los sueños
Pero sabrás de antemano, eso sí
por qué la vida se cortó las venas este domingo

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La muerte habló con van Gogh

29 de julio de 1890

Yo también estoy loca, le dijo al oído
y mis demonios salen de noche
a estirar las piernas
y queman los campos de trigo
mientras se emborrachan
o le cortan la cabeza a las abejas
y ahogan los gatos pequeños
porque traen mala suerte
Mis demonios son como yo
calvos y huesudos
y tienen mal humor
cuando despiertan
a las cinco de la tarde
para tomar el té con galletas
o son interrumpidos mientras
se retratan los unos a los otros
en sesiones infinitas
Pero les tengo cariño, sabes
son los hijos dejados en la puerta
que lloran de hambre y de frío
Entonces los abrazo y les digo
Vamos donde el tío Vincent
el último en llegar, desaparece


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La muerte quiso ser Rimbaud


La muerte quiso ser Rimbaud
y sentó a la belleza en una silla eléctrica
Me falta práctica
comentó a un medio local
pero esperen a que reciba la enciclopedia de oro
Poetas del más allá
con Whitman a la cabeza
y ese loco de Artaud que ahogaba las palabras
en agua bendita
Verán como en semanas manejaré la pluma
me llamarán la nueva Rimbaud
la vedette que todos anhelaban
Mientras tanto
llevaré a la belleza de compras
le diré que todo fue un mal entendido
Ojalá y no me haga la cruz por igualada

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