lunes, 27 de junio de 2011

LA VERDAD ES UNA CHICA DESNUDA (durmiendo en la cama)

Por Augusto Enrrique



















Me alimento de palabras en la noche

Yo también
soy el dueño de los muros
donde se lee tu nombre

Cerró los ojos e imaginó
un campo lleno de girasoles felices

Abrir la puerta
salir a la calle
y descubrir (todavía con asombro)
que los árboles florecieron
aún sin la lluvia de tu rostro

Solo veo
dolor en la belleza
desierto de caricias
locura y violencia
repetidos como un mantra
solo eso

Respirar
de nuevo sentir
como las manos
se adueñan de los vasos
y de las pieles

Mientras esperamos
que la sangre llegue al río
deshojando margaritas

Cuando salga el sol
la verdad seguirá durmiendo
desnuda sobre la cama

Igual sigo del otro lado
todo el tiempo estoy
entretejiendo palabras

martes, 21 de junio de 2011

¿De qué están hechos los Libros?

Por Omar Villasana


En Las Metamorfosis de Ovidio Febo es castigado por Cupido a ser despreciado por la ninfa Dafne quien en su desesperación pide a su padre Peneo la convierta en un objeto que retire de si ese afecto que se niega a corresponder. Peneo cumple su deseo y Dafne es convertida en un árbol de laurel.
Febo no logra consumar su pasión pero no por ello deja de amarla:
“Ya que no puedes ser mi esposa, serás en verdad mi árbol; siempre mi cabellera, mis cítaras y mi carcaj se adornarán contigo. ¡Oh, laurel!, tu acompañarás a los capitanes del Lacio cuando los alegres cantos celebren el triunfo y el Capitolio vea los largos cortejos...”
Si las hojas de laurel serán testigos de tantas hazañas, el libro impreso (cadáver del árbol) no sólo será testigo de crónicas, será alimento, consuelo de corazón contrito, sombra que da cobijo por cientos de años.
¿Pero acaso el libro está hecho del matrimonio de grafito y celulosa? Aunque la pregunta suene absurda, el advenimiento de las tecnologías digitales en formatos que nos permiten la inmediatez y la movilidad del libro impreso (no es lo mismo tratar de leer en una laptop que en una tablet) vienen a sacudir la certidumbre de un medio que con justo valor ha tomado residencia en nuestras vidas.
Pero el libro impreso no deja de ser un medio y no por ello debemos temer que el verdadero mensaje busque alojarse en cuantos de silicio, en código de software, en pulsos eléctricos.
Los libros son un espejo pero no una imagen narcisista, sino un reflejo que nos descubre.
Entonces realmente ¿de qué están hechos los libros?
Los libros están hechos de nosotros mismos, de nuestros miedos, vicios, frivolidades, sueños, virtudes, ideales y de las preguntas que nos hacemos todos los días como seres humanos.

viernes, 17 de junio de 2011

Mrs. White

Por Sergio Astorga

Una ráfaga de pupilas se tensan casi liquidas al medio día.
Un altamar de jamases -guarida de adioses- a las tres.
No todo es blanco lo que queda fecundado a las seis.
Por la carne también se llena el tiempo, de noche.

Todos los días por estas horas escribía en su libreta sin importarle que el hilo de la historia no tenga sentido.

Luto de la casa en mis congelados ojos, los lunes.
Sonoros abandonos en mi vientre nupcial, los martes.
Utensilios de madera que recuerdan a mi madre, los miércoles.
La fiebre venenosa de mis labios de viuda, los jueves.
La garra derecha atrapando el aire semántico del sexo, los viernes.
Negras puntos de sombra en mi falda, los sábados.
Los domingos descanso.

Todos lo días por estas horas un pez espada deja sus escamas como si fuera verdadero. No es así, Mrs. White?

Sergio Astorga - Dibujo en Tinta China/papel 20 x 30 cm.

domingo, 12 de junio de 2011

La ciudad después del humo


La ciudad después del humo, de Mario Capasso (Martelli y López Editores, V. Martelli-V.López, 2011, 268 páginas)
Reseña por Germán Cáceres

Estamos ante una novela ajena al realismo y absolutamente libre en su concepción, de modo que cada lector puede interpretarla de acuerdo a su perspectiva y tener también su propia valoración.

La anécdota es leve y sobre todo escurridiza. Un narrador-protagonista cuenta que los habitantes de La Ciudad, ante la presencia de un humo que la cubrió por completo, debieron huir mientras él permanecía durmiendo en su pieza. Pero al retirarse la humareda, los ciudadanos regresan y entonces el personaje comienza a recorrer esa Ciudad maloliente -el hedor no deja de evocar la muerte-, sucia y en ruinas. Y se encuentra, así, con un mundo carente de sentido y, en estado de somnolencia, arriba a una estación de tren repleta de cadáveres, en la que encuentra a un perro flaco que le hace compañía hasta el final de la historia. Más tarde se produce una inundación causada y ambos navegan en un barquito del que no se dan precisiones. Porteros y policías sortean las aguas tomados de escobas, flotan computadoras con los usuarios pegados a los teclados, vehículos de todo tipo son arrastrados por la corriente y numerosas personas trepan por las pocas paredes que quedan en pie. Después de acceder a una autopista principal, en la que ocurren accidentes fatales y choques en cadena, desembocan en una zona de incendios provocados por una fábrica que fue quemada por los vecinos. El humo parece regresar, la gente empieza a abandonar La Ciudad y el perro también se aleja del narrador. Éste, en una suerte de leitmotiv humorístico, a lo largo del libro se siente acuciado por un abrumador deseo sexual que no encuentra forma de satisfacer y, a la vez que imagina mujeres despampanantes, recuerda los momentos gloriosos vividos en un prostíbulo situado en un callejón sin salida de La Ciudad.

Pero el auténtico protagonista de La Ciudad después del humo es el lenguaje. Mario Capasso (Villa Martelli, 1953), que, además de esta novela, tiene tres libros publicados, demuestra capacidad para enhebrar con ritmo y soltura períodos largos. En su prosa amplificada de frases caudalosas -resueltas con acrobática soltura- testimonia un amor incuestionable por la belleza del idioma y juega con las palabras, a las que suele darles un giro burlón e irónico recurriendo al lunfardo, a las locuciones populares y a oraciones que repiten títulos de películas, de canciones y de libros.

En cierta forma el texto se inscribe en la literatura del Absurdo al registrar un universo disparatado, tan inasible como fantasmagórico, con algo del espíritu de las misceláneas de Macedonio Fernández o de “los raros” uruguayos (Felisberto Hernández y Mario Levrero, entre otros). No obstante su permanente humor, la narración evidencia bastante pesimismo y transmite una sensación de angustia y de fuerte melancolía: “Costó, pero aquí estoy, sometiendo mis experiencias recién hoy a este tanteo de escritura que (...) irá a parar a la cavidad más atravesada de una biblioteca descartable y allí permanecerá hasta que se pudra el universo (...) porque todo un día será pasado y olvidado y borrado”. Para apuntalar este pensamiento una serie de monólogos interiores se encargan de reflexionar profundamente sobre la existencia.

La Ciudad después del humo es una novela que debe leerse con suma atención para indagar en sus múltiples sentidos y poder disfrutar tanto de los vericuetos de su magnífica escritura como de sus agudas introspecciones. El mismo autor tal vez da una pista kafkiana cuando sugiere: ”Como el caso de aquel agrimensor yendo a perpetuidad hacia el castillo, según había leído una noche de invierno en un sillón prestado, cuando ni soñaba con el humo y su proceso”.

martes, 7 de junio de 2011

Tanatológica

Por Judith Ghashghaie











Lleva las flores a tu madre,
a la mariposa
arráncale las alas
o enciérrala;
no alquiles alfombras,
tengo alergias.
Recuerda, soy atea:
Guárdate plegarias
y Misa de Exequias.
Prescinde
de cofre o carroza,
sufro de claustrofobia;
innecesarios serán:
trámites legales,
cinta impresa con mi nombre,
Libro de Firmas,
estampita recordatoria,
cancelé poliza de
cremación y urna para cenizas.
Por favor, no vengas,
me enterraré con mis propias manos.