miércoles, 15 de diciembre de 2010

Hicimos amores





En el frágil territorio de mis letras
se ovillan tus ojos de cisne
y el lento adiós.

Supimos los portones del suburbio,
lloramos tajos
y escozores,

ahora
reímos en fotos viejas.

Fuimos la rosa del mundo,
mi voz estaba cerca
y no desiertas
tus manos.


Jorge Tasín, teólogo y escritor, reside en Buenos Aires, Argentina. Trabaja como coordinador de Sueñitos, una guardería en Ciudad Oculta, uno de los barrios más pobres de la ciudad de Buenos Aires.

Escribir

La aciaga incongruencia de la vida nos convoca a escribir. Es ese deseo, esa necesidad de reparación. Lo injusto, lo absurdo, lo insondable e inasible del evento de vivir, nos arroja a la palabra como una mueca de tormento o de ilusión. La literatura, será, en tanto haya vida. La palabra y pese a todo, como inquietud e interrogante, persistirá en su gesto acaso vano pero imperioso. Antes que denuncia y vínculo, escribir es un signo de desgarro, de escozor, intolerancia: no tolerar el dolor, el cinismo; no tolerar la vida diseñada como finalidad endógena y desatenta del otro, los otros.
Escribir es decir del aleteo de un cisne, lamer tu piel de sándalo y canela, transitar esta ciudad de tango y de crepúsculos, sentarnos a un vino, y es decir que, aun muchos nenitos padecen el hambre y la miseria y la injusticia mientras muchos y muchos canallas especulan y roban y tranzan y mienten.
Escribir es manchar las verdades que no son. Escribir es desarmar los artificios de la hipocresía. Es aun ilusionarse, es apedrear las ruedas de los carromatos de la muerte, atreverse a decir: la bondad embellece.
La vida misma es un texto que ni aun en la muerte concluye, pues nunca, nunca, habrá una última palabra.

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