Unas palabras en relación al último poemario de Flavia Cosma (*) “Arañazos
sobre la faz del espejo” publicado por la Editorial Torremozas
de España.
Por
Anabelle Aguilar Bealey
Un espejo es una superficie pulida donde incide la luz y se refleja una
imagen que es virtual, sin embargo el espejo de Flavia está arañado, raspado,
con desgarraduras. Ese espejo no es de obsidiana como los antiguos, tampoco lo
imaginemos como los actuales. Éste es de cristal de roca, sobre una lámina de
metal amalgamado. Es un espejo especial donde se reflejan en verso las
vivencias de una mujer intensa que afirma,
“… mi carne, mi sangre y/ mi alma se han fundido hace mucho tiempo/en
acontecimientos y guerras”
Teresa de Cartagena, nacida en Burgos, España en 1425, fue la primera mujer
que escribió en castellano con fines literarios. Los hombres pensaban que ella
no podía ser la autora de su obra, que todo era un plagio, solo por el hecho de
ser mujer. La atacaron y ella estableció
su defensa, con autoconciencia como escritora y autoafirmación como mujer. Esto
no era extraño en esa época ni en las posteriores. Muchas han abierto el camino
para que la mujer se muestre como flor abierta en todo su esplendor y
manifieste como Flavia con franqueza y fuerza su ímpetu.
El coraje y la vitalidad de la
autora se ven reflejados en su libro. Así lo apreciamos “No hay razón que
sobrepase otra razón/que sea capaz de hacerme cambiar de recorrido/de
convencerme y encerrarme de buena gana/para perpetuarme en la jaula de los
leones/ hambrientos/ esperando resignada que venga el fin” Nada puede detener a esta mujer decidida y
guerrera.
Nos dice el poeta venezolano Rafael Cadenas “La poesía pertenece a lo más
íntimo, lo más sagrado, lo más tembloroso del hombre; no es asunto de frases
bonitas (algunas veces todo lo contrario)”
Por esa razón profundizar en un poemario es asunto delicado, porque
nos metemos en terreno del ser interno y por lo tanto
vulnerable del escritor. Éste que tiene la osadía y la valentía de manifestarse
en verso, de comunicar sus más profundos gozos y sufrimientos de la vida. La
poesía de Flavia no tiene sobrantes, cada verso está pensado, está medido. Ella
planea sus redondos poemas hasta amarrar el fin.
Ese espejo bruñido, tiene honduras que se muestran en sus poemas amorosos y
en otros. El tema del olvido agónico, el
color azul. Se arriesga, pero conoce de antemano los resultados, se consuela
con falsas explicaciones. Hay angustiosos demonios que llevan su corazón
apasionado, desierto hasta el borde de la muerte.
Apreciamos hermosos pasajes eróticos porque cuando “se sueña con pájaros, el amor se
encuentra”. Las sábanas, la ropa de cama
son objetos eróticos. “Agárrate de la
sábana que aún guarda/el olor de su cuerpo desnudo” y en otro dice “…la ropa de cama, el vino retenido en las
copas, la esperanza”
Su erotismo es delicado, es etéreo pero al mismo tiempo volcánico.
Afirma “…los senos redondos añoran el
abrazo frío y blando/ de la pólvora” y también “Ven ahora/ necesito tu
respiración/trastornando mi cama”
“Déjame beber la sal de tu piel…/saborear tu vino amarlo…/déjame volver
a darte la vida”. En otro percute el
órgano que es del amor con la fuerza de un tambor “…me caliento en la llama de tu sangre/ me adormezco
con los latidos esbozados, monótonos/ e hipnotizados de tus tambores/forjados
en la piel dulce de las corzas, de los ciervos”. No se puede dejar espacio entre los amados,
hay que permanecer enredados uno en el otro, contando cada segundo y cada minuto
como una nueva victoria. Hay hojas dispersas sobre la cama y así llega el
éxtasis de la felicidad amorosa.
El tema de la vida está centrado en los versos “Aprendiendo en la caída/
los misterios del vuelo” porque a pesar
de los reveses y de que en ocasiones hay que acurrucarse y dormir por horas en
el rincón más oscuro para olvidar, de
repente se convierte en montaña, fortaleza rebelde y eterna. La vida es un
juego, nos agarramos de las lágrimas para no caer en el vacío. Es imperfecta,
pero es vida.
En la vida está el tiempo que “cava siempre las hondas zanjas” “..el tiempo
villano, cruel/acecha impaciente”. Es
indetenible, los árboles se marchitan antes de tiempo. En los meses
de alejamiento del amado, hay un deseo
de hacer retroceder los días. Una medusa estirada en la cama entre los amantes
es un monstruo que deja su respiración pesada y triunfadora en la almohada,
quedan del amor solo recuerdos dañinos y
penosos.
Vemos pasajes oscuros donde encontramos
sesos de animales que brotan manchando las paredes de vidrio. Hay
arañazos en la pared blanca.
Aparecen nubes agrietadas por el
frío y espejos espantosos que nos hacen pagar culpas.
Siguen los momentos de desasosiego.
El paso de ballet macabro y elegante de una rata. Los pájaros que chocan contra los cristales. La muerte
que entra por los pies cuando están
fríos. Hay una náusea que se alarga con
sus tentáculos blancos, espectros de la noche que acosan en pleno día. El mal olor es insoportable, el aroma del
amor ha desaparecido. Se acercan arañas con dientes de acero y aguas negras,
esa maldición que trae consigo la muerte. Unas hormigas anuncian tormenta. Un
hombre de la calle mira furtivo su rostro en el espejo, encontrándose, tratando
quizá de explicarse la imperfección de la vida.
En Elegías, el ascenso hasta el noveno piso de un hotel nos muestra los
diferentes niveles de la mente. Los cuartos cada vez son más estrechos y
sombríos, con las ventanas cerradas. El número siete debería quedar abolido,
este es un número cabalístico, vinculado muchas veces a nuestra minúscula
condición humana. Para la autora, son siete
los meses críticos de ausencia del
amado. El último nivel, el piso nueve es
el más opresivo, aquí falta el aire. El ambiente es sucio. ¿Será el punto más profundo del túnel
interno? No hay que mirar afuera, hay
que recogerse para no caer en la trampa. Distraerse del pánico, pensando en otras cosas. Hay peligro, terror.
Finalmente baja los escalones y ve la salida, donde hay aire puro y luz.
La naturaleza en este poemario es
benéfica, pinos, lagos brillantes,
multitud de flores, de abejas, un otoño manso, ciruelas cárdenas, pulposas.
Ella pide piedad al césped, al viento para beber, para que le den su frescura.
Sin embargo a veces la naturaleza es
estéril, está petrificada. Las gruesas raíces de los
grandes árboles acechan el anochecer. El agua turbulenta puede derribar todo en
su camino. “Las nubes cambian su forma, salen del paisaje/ otras vuelven a ser
desde los abismos/ la inquietud del agua/ se funde en la piel del lago”. La
lluvia llega atronadora, hay terror, pero cesa y viene la tranquilidad, la
germinación, lo nuevo.
Se manifiesta en algunos poemas una profunda
espiritualidad, un deseo de armonizar con el amado, con el cosmos, de dar parte
de sí. Le quiere dar al
amado una ofrenda “Desde la arcilla bendita/edificarte
una estatua, la más bella estatua del mundo”.
El tema de la no-existencia, es la materia que se pudre transmutándose.
Hay momentos de contemplación de la naturaleza con melodías y misteriosas
soledades, fragmentos de oraciones, estrellas en el alba de un espíritu nómada
escondido en un alma frágil. Ese es el amor que atraviesa las distancias.
Siente que tiene que pagar porque ha matado muchas flores, pero aunque el amor está al borde del
precipicio, se salva. Pide a los santos que recen por su alma, que las flores
grandes sacudan sus pétalos pulposos en tímido contacto con los dedos. La no- existencia no es el fin. Es el momento
del cambio, se viste con ropa de oro. Habrá una lucha, la no- existencia es tan solo un renacer, es una ruta en la que la creadora
de poesía sigue su caminar.
El poemario no es fatalista,
existe “una palabra llave” que es la
esperanza. Jamás se va a entregar “a la voluntad del dolor”. Se acaban las
lágrimas “…lágrimas que alguna vez podrán transformarse en llanto de alegría,
en un himno feliz a los pies del amor”. Existe un gato a quien el miedo lo ha
abandonado, que se siente dueño del mundo y que duerme plácidamente con una
pata apoyada en el cielo. Las chicharras realizan una loca danza en los
jardines y en la casa. Los hechizos han vuelto a la vida, las oraciones han
sido escuchadas por los dioses y el amado también siente esa dulce pasión.
Afirma la poeta Flavia Cosma que “el pájaro se anidará/ entre nosotros/ y dará
frutos siempre, como/ la primera y la última vez”
Anabelle
Aguilar Brealey (**)
Markham,
octubre del 2015
(*)Flavia Cosma es una poeta canadiense de origen rumano, escritora y traductora, cuya obra ha recibido numerosos premios literarios. También ha recibido reconocimientos como productora independiente de documentales para televisión, como directora y guionista. Ha publicado una extensa lista de poemarios, narrativa, diarios de viaje y libros para niños.
(**) Escritora nacida en Costa Rica. Ha participado en Congresos y Conferencias sobre literatura infantíl y ha desarollado un labor intensa como profesora. Tiene publicados los siguientes libros: Los conservacionistas traviesos (1989); Los cuentos de Mago Michú (1989); Los libros de poemas Orugario (1998) y los poemarios Consumidas por fuego (Uruk Editores, S. A. San José, Costa Rica. 2011) y Canis Lupus (2012), entre otros.
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