¿El retorno de una ensayística luminosa?
Desde
los orígenes del género ensayístico el objetivo de iluminar los aspectos menos
visibles de la obra de otros fue una premisa fundamental. En principio, para el
mismo autor del ensayo y, secundariamente, para quien accediera a esas
cavilaciones, tributarias de una obra anterior a su escritura.
El
origen del ensayo fueron las marginalia, esas anotaciones que un lector
culto hacía a los costados del texto de otro, para fijar sus interpretaciones o
no olvidar los interrogantes que dicho texto le había generado. Confirma esto
lo señalado en el primer párrafo; luego, a medida que el género se fue
desarrollando como tal, comenzó a adquirir una cierta independencia respecto
del objeto primero al que estaba referido, la obra que interpretaba, aquella a
la que interrogaba, y con ello se fue desligando paulatinamente de su cometido
inicial de indagación en lo referido por otro para volverlo más nítido.
De
alguna manera, el ensayo moderno -a partir de su padre reconocido, Michel
Eyquem de Montaigne (1533 – 1592)- comenzó a mirarse a sí mismo como objeto de
estudio, como objetivo de sus reflexiones: ya en los Essais (1572-1592)
no importa tanto el tema abordado como la manera en que Montaigne lo aborda; su
pensamiento sobre los temas en los que indaga nos interesa más que el suicidio,
los versos de Virgilio, una costumbre de la isla de Cea o los mandatos divinos,
todos meras coartadas para que el ensayista ensaye hablar sobre sí mismo.
El
pensamiento que se observa a sí mismo empezó a constituir el núcleo de las
reflexiones ensayísticas y hoy -a través de múltiples ejemplos- al lector medio
de ensayos (y no en mucha menor medida al especializado) le interesa más, por
ejemplo, lo que Roland Barthes (1915-1980) o Thomas Metzinger (1958) -tomo dos
ejemplos al azar, sin otro intento de significación que no sea éste- nos dicen
de sí mismos antes que aquello que Barthes o Metzinger nos dicen del objeto de
sus respectivos ensayos. Esta independencia del objeto primero del ensayo fue
puntualmente celebrada como un avance y un aporte nuevo... por otros
ensayistas.
Esta
última mutación del género, sin embargo, puede no ser la definitiva y hasta
podemos decir que es de esperar que esto no suceda, porque sería deseable que
el ensayo recuperara, siquiera parcialmente, su antigua condición predominante:
la de ocuparse también de lo que muestra como el objeto de su análisis y sobre
cuya base merece ejercer la opinión que esperamos que desarrolle. En tal
sentido, algunas obras recientes permiten abrigar una esperanza al respecto y
una de ellas, muy destacable y muy lograda, es “Posdata a la Generación Beat”,
del poeta y ensayista argentino Juan Arabia, que ya tiene en su haber otro más
que interesante trabajo de crítica literaria, editado en su país en 2012; me
refiero a “John Fante. Entre la niebla y el polvo” (Ediciones El Fin de la
Noche, Buenos Aires).
“Posdata
a la Generación Beat” -editado en agosto último por Buenos Aires Poetry
Editora, de Buenos Aires- no solamente contiene las perspectivas que nos
permiten comprobar que su autor conoce muy a fondo las tópicas de las que se
ocupa y que sabe cómo interrelacionar los datos históricos y objetivos con sus
propias conclusiones; este volumen no nos muestra exclusivamente a un Juan
Arabia capaz de seguir las relaciones que sostienen obras emparentadas, como lo
están las de Walt Whitman (1819-1892), John Fante (1909-1983), Jerome David Salinger (1919-2010), Jack
Kerouac (1922-1969), o el pope generacional
Irwin Allen Ginsberg (1926-1997) así como la
poesía y/o la narrativa de figuras del beat menos conocidas en el
mundo hispanoparlante. También sabe Juan Arabia demostrar que guardan una
relación -y bien estrecha- muchos postulados sostenidos por los nombrados con
lo antes predicado (hasta las últimas consecuencias) por el extraordinario
poeta, crítico y filósofo inglés Samuel Taylor Coleridge (1772 – 1834),
particularmente con su gran poema “The Nightingale” (El Ruiseñor), tal vez
menos conocido que otras de sus obras y no menos fulgurante que ellas.
Es
que Arabia comprende -y lo trasmite con meridiana claridad- que la complejidad
de la letra no parte de un origen inmediato, ni siquiera de uno exclusivo,
único; que, como decía un César Vallejo siempre exacto: “No hay Dios /ni
hijo de Dios / sin desarrollo”. Mas Juan Arabia no se queda en una mera
arqueología literaria, sino que nos explica los cómo y los qué
sin incurrir en una simple didáctica, y demostrando que una buena prosa también
puede ser el mejor estuche de un conocimiento tan amplio como el suyo,
particularmente si se pone al servicio de intentar devolverle al ensayo su
faceta casi perdida, la de hablar principalmente de que aquello a lo que se
supone que se refiere, pero sin dejar de lado el mostrarnos cuáles son los
intereses, las creencias y los supuestos de quien ensaya.
No
basado en el ajado pero efectivo método de la hipótesis, la tesis, la antítesis
y la conclusión, el volumen integra diestramente la fragmentación y la
digresión bien entendidas, lejos de esas imitaciones de Walter Benjamin tan al
uso.
“Posdata
a la Generación Beat” pone en evidencia, gracias a la pericia de su autor, una
corriente compleja de definir porque abarca no solamente lo literario, lo
filosófico y lo propiamente vital, como han querido hacernos creer otros,
refiriendo todo (por transparente comodidad) a los sucesivos derivados del
añejo Romanticismo, con su panteísmo generalmente de salón y su rebeldía de
conveniencias, excepto en sus cumbres más elevadas.
Ilustra
Arabia sobre la posibilidad de que esta corriente, la que tuvo en los beats
una de sus últimas manifestaciones en la segunda mitad del siglo XX, haya
poseído una maduración de raíz muy anterior y es ésa una perspectiva por demás
interesante -la de la “letra mutante”- que sería dable aplicar (en espejo) a
sus tendencias antípodas, a fin de investigar desde este nuevo punto de vista
también otras posibilidades de la creación y la concepción de lo humano.
Como
bien señala el autor argentino en el prólogo
del volumen, con concluyente claridad: “La pérdida, para todos ellos, es una
constante: el sueño es irrealizable, el crecimiento inevitable, el control
asecha y corroe en las fábricas, en las escuelas, en las universidades. Todos
ellos, además, escribieron para ser leídos y comprendidos… Porque a pesar de
todo abrazaron a su época y a su gente”.
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