Dafne
Pidemunt es una poeta argentina nacida en Buenos Aires en 1977. Obra poética:
“El Juego de las Estatuas” (2004; 2da. edición 2011) y “La avidez del silencio”
(2013). Sus obras fueron incluidas en la ya legendaria antología poética “Si
Hamlet duda le daremos muerte”, realizada por Julián Axat y Juan Aiub para la
Colección Los Detectives Salvajes, de Libros de La Talita Dorada, La Plata,
Provincia de Buenos Aires, 2010.
La
reedición de “El Juego de las Estatuas”, por Ediciones La Mariposa y la Iguana
(ver: edicioneslamariposaylaiguana.blogspot.com) fue un nuevo aporte del
pujante sello argentino, que ya posee un interesante fondo en sus diversas
colecciones. De este modo se volvió a poner al alcance del lector específico
uno de los libros más interesantes de la Generación del 2000, que supera con
notables aportes estilísticos y temáticos lo decantado de la generación
anterior, devolviéndole a la poesía argentina buena parte de su solidez y
expresión originales. Como se sobreentiende, aquí nos referimos a lo más
difundido de esta generación de los '90, cuando cabe advertir que en esa misma
década otras obras poéticas que alcanzaron menor difusión -la poesía de Rubén
Valle, Patricia Díaz Bialet, Carlos Juárez Aldazábal, Patricia Rodón, por dar
solamente unos pocos ejemplos (*)- refutaron lo que el canon insistió (e
insiste en señalar) como única y exclusiva característica de los años '90 en la
poesía argentina. Más allá del interés generacional que posee el libro de
Pidemunt, como inscripción de mérito en la historia literaria del país, se
encuentran los valores intrínsecos del texto en sí, que no han pasado
inadvertidos para la crítica especializada y que el lector del género conoce y
reconoce.
En lo
específico, encontramos en “El Juego de las Estatuas” un discurso desgarrado y
poderoso, dotado de todos los elementos necesarios para provocar un gran
impacto emocional e intelectual ya en una primera lectura de tanteo. Al modo de
la célebre cebolla de los significados, el poemario va desgranando más y más
capas de sentido a medida que las relecturas -y la poesía es el género de
relectura por antonomasia- van haciéndonos acceder a su polisemia bien
temperada. ¿“El Juego de las Estatuas” no es un libro “fácil”, conjeturará el
lector interesado en la poesía contemporánea aunque no tan avezado, al leer
esta muy general descripción? Pues ningún
libro de genuina poesía lo es del todo, y como sucede habitualmente con
todos los libros de auténtica poesía, la clave de este poemario es,
inicialmente, dejarse mecer por el rico juego que la autora establece entre el
sentido, el estilo y el sonido de las palabras que ha elegido para expresar su
complejo universo. Se recomienda leer “El Juego de las Estatuas” en voz alta
-una práctica lamentablemente algo olvidada en lo contemporáneo- para comprobar
el equilibrio formal del verso libre, bien logrado por la maestría de la joven
y talentosa autora argentina.
En el
volumen que nos ocupa es particularmente interesante el dosificado esfumarse de
lo ingenuo y cándido que parece sugerir el título, a medida que nos adentramos
en sus páginas. Aunque las reminiscencias naifs vuelven a asomar aquí y
allá en nuestra progresiva lectura, a partir ya de las primeras páginas lo
harán como recurso de contraste e intensificación del paulatinamente más y más
sombrío degradé que impregna el discurso poético de “El Juego de las
Estatuas”: como un tornasol que vira de lo claro a lo oscuro grado a grado,
Pidemunt nos llevará de la mano hacia un universo mutilado, un juego siniestro
de trasmutaciones que alcanza su mayor potencia, precisamente, por lo que no
termina de decir pero diestramente sugiere. Esta peculiaridad subraya la
originalidad de la autora, quien por mérito propio alcanzó un lugar descollante
dentro de su generación y es dueña ya de un estilo fácilmente reconocible. Es
verdad que en sus versos se advierte la presencia hábilmente digerida de
autoras como -¿debo decir “la inevitable”?- Alejandra Pizarnik, y en menor pero
reconocible medida, también el paso quedo de Marosa di Giorgio –a mi entender-,
pero ello se evidencia más como un empleo administrado de recursos
característicos de las nombradas, antes que como una apropiación de sus voces.
En todo caso, debemos remarcar que -aunque nada surge de la nada, sino
invariablemente de una reelaboración de lo ya antes presente- Pidemunt no pide cosas prestadas, sino que
construye por sí misma sus propias estructuras, sus elegidos recursos de
estilo, y lo hace con una pericia más que destacable: con una marca propia.
Luis Benítez
Así escribe Dafne Pidemunt
Ella
no me ama a mí...
Ella
no me ama a mí.
Ella
ama mi palabra, mi juego.
Poeta
nacida de vientre judío
le
digo en idish cosas que no entiendo en castellano
lo
que sea por otra noche en sus brazos
lo
que sea por otro beso en mis pálidos labios.
-Querés
palabras?-le dije.
Jamás
se detuvo en las palabras que no podrían
nunca
bucear por su sexo
como
lo hace mi física lengua.
-Más
poemas, pequeña!, Más poemas!-
me
exigía cada noche al dormirse en mis brazos
-O se
ama o se escribe.
Amor
y literatura no deben tocarse-
Ella
sabe y no le importa.
Poeta
nacida de vientre judío.
Le
invento palabras
en
todos los colores, sabores y posibles conjugaciones.
Juego
con la facilidad del lenguaje en mi lengua.
(siento
el jugo derramándose en mi boca,
desde
mi lengua poética hasta mi física lengua)
-Si
querés un buen poema no me ames-
ella
sabe y no le importa.
Y
digo:
Me
ama? y digo quién sabe y quién sabe qué.
Y
digo: No me ama!
Y digo:
Es hermosa!
Me
salgo de ella
Me
olvido de amarla.
Y.......
ahhhhhhhhh
suspiro
mediante
comienzo
el poema
que
diré esta noche.