miércoles, 20 de agosto de 2014

Nueva entrega del ensayista argentino Juan Arabia - Por Luis Benítez


¿El retorno de una ensayística luminosa?

Desde los orígenes del género ensayístico el objetivo de iluminar los aspectos menos visibles de la obra de otros fue una premisa fundamental. En principio, para el mismo autor del ensayo y, secundariamente, para quien accediera a esas cavilaciones, tributarias de una obra anterior a su escritura.
El origen del ensayo fueron las marginalia, esas anotaciones que un lector culto hacía a los costados del texto de otro, para fijar sus interpretaciones o no olvidar los interrogantes que dicho texto le había generado. Confirma esto lo señalado en el primer párrafo; luego, a medida que el género se fue desarrollando como tal, comenzó a adquirir una cierta independencia respecto del objeto primero al que estaba referido, la obra que interpretaba, aquella a la que interrogaba, y con ello se fue desligando paulatinamente de su cometido inicial de indagación en lo referido por otro para volverlo más nítido.
De alguna manera, el ensayo moderno -a partir de su padre reconocido, Michel Eyquem de Montaigne (1533 – 1592)- comenzó a mirarse a sí mismo como objeto de estudio, como objetivo de sus reflexiones: ya en los Essais (1572-1592) no importa tanto el tema abordado como la manera en que Montaigne lo aborda; su pensamiento sobre los temas en los que indaga nos interesa más que el suicidio, los versos de Virgilio, una costumbre de la isla de Cea o los mandatos divinos, todos meras coartadas para que el ensayista ensaye hablar sobre sí mismo.
El pensamiento que se observa a sí mismo empezó a constituir el núcleo de las reflexiones ensayísticas y hoy -a través de múltiples ejemplos- al lector medio de ensayos (y no en mucha menor medida al especializado) le interesa más, por ejemplo, lo que Roland Barthes (1915-1980) o Thomas Metzinger (1958) -tomo dos ejemplos al azar, sin otro intento de significación que no sea éste- nos dicen de sí mismos antes que aquello que Barthes o Metzinger nos dicen del objeto de sus respectivos ensayos. Esta independencia del objeto primero del ensayo fue puntualmente celebrada como un avance y un aporte nuevo... por otros ensayistas.
Esta última mutación del género, sin embargo, puede no ser la definitiva y hasta podemos decir que es de esperar que esto no suceda, porque sería deseable que el ensayo recuperara, siquiera parcialmente, su antigua condición predominante: la de ocuparse también de lo que muestra como el objeto de su análisis y sobre cuya base merece ejercer la opinión que esperamos que desarrolle. En tal sentido, algunas obras recientes permiten abrigar una esperanza al respecto y una de ellas, muy destacable y muy lograda, es “Posdata a la Generación Beat”, del poeta y ensayista argentino Juan Arabia, que ya tiene en su haber otro más que interesante trabajo de crítica literaria, editado en su país en 2012; me refiero a “John Fante. Entre la niebla y el polvo” (Ediciones El Fin de la Noche, Buenos Aires).
“Posdata a la Generación Beat” -editado en agosto último por Buenos Aires Poetry Editora, de Buenos Aires- no solamente contiene las perspectivas que nos permiten comprobar que su autor conoce muy a fondo las tópicas de las que se ocupa y que sabe cómo interrelacionar los datos históricos y objetivos con sus propias conclusiones; este volumen no nos muestra exclusivamente a un Juan Arabia capaz de seguir las relaciones que sostienen obras emparentadas, como lo están las de Walt Whitman (1819-1892), John Fante (1909-1983),  Jerome David Salinger (1919-2010), Jack Kerouac (1922-1969),  o el pope generacional Irwin Allen Ginsberg (1926-1997) así como la  poesía y/o la narrativa de figuras del beat menos conocidas en el mundo hispanoparlante. También sabe Juan Arabia demostrar que guardan una relación -y bien estrecha- muchos postulados sostenidos por los nombrados con lo antes predicado (hasta las últimas consecuencias) por el extraordinario poeta, crítico y filósofo inglés Samuel Taylor Coleridge (1772 – 1834), particularmente con su gran poema “The Nightingale” (El Ruiseñor), tal vez menos conocido que otras de sus obras y no menos fulgurante que ellas.
Es que Arabia comprende -y lo trasmite con meridiana claridad- que la complejidad de la letra no parte de un origen inmediato, ni siquiera de uno exclusivo, único; que, como decía un César Vallejo siempre exacto: “No hay Dios /ni hijo de Dios / sin desarrollo”. Mas Juan Arabia no se queda en una mera arqueología literaria, sino que nos explica los cómo y los qué sin incurrir en una simple didáctica, y demostrando que una buena prosa también puede ser el mejor estuche de un conocimiento tan amplio como el suyo, particularmente si se pone al servicio de intentar devolverle al ensayo su faceta casi perdida, la de hablar principalmente de que aquello a lo que se supone que se refiere, pero sin dejar de lado el mostrarnos cuáles son los intereses, las creencias y los supuestos de quien ensaya.
No basado en el ajado pero efectivo método de la hipótesis, la tesis, la antítesis y la conclusión, el volumen integra diestramente la fragmentación y la digresión bien entendidas, lejos de esas imitaciones de Walter Benjamin tan al uso.
“Posdata a la Generación Beat” pone en evidencia, gracias a la pericia de su autor, una corriente compleja de definir porque abarca no solamente lo literario, lo filosófico y lo propiamente vital, como han querido hacernos creer otros, refiriendo todo (por transparente comodidad) a los sucesivos derivados del añejo Romanticismo, con su panteísmo generalmente de salón y su rebeldía de conveniencias, excepto en sus cumbres más elevadas.
Ilustra Arabia sobre la posibilidad de que esta corriente, la que tuvo en los beats una de sus últimas manifestaciones en la segunda mitad del siglo XX, haya poseído una maduración de raíz muy anterior y es ésa una perspectiva por demás interesante -la de la “letra mutante”- que sería dable aplicar (en espejo) a sus tendencias antípodas, a fin de investigar desde este nuevo punto de vista también otras posibilidades de la creación y la concepción de lo humano.
Como bien  señala el autor argentino en el prólogo del volumen, con concluyente claridad: “La pérdida, para todos ellos, es una constante: el sueño es irrealizable, el crecimiento inevitable, el control asecha y corroe en las fábricas, en las escuelas, en las universidades. Todos ellos, además, escribieron para ser leídos y comprendidos… Porque a pesar de todo abrazaron a su época y a su gente”.




No hay comentarios:

Publicar un comentario