lunes, 17 de agosto de 2009

Reflexiones en torno a la Poesía

Por Omar Villasana

El poeta contemporáneo es un hombre entre los hombres y su soledad es la soledad promiscua del que camina perdido en la multitud.

Octavio Paz

Los poetas que hemos nacido a finales del siglo XX presentamos un doble anacronismo, pertenecer no solamente a un siglo anterior sino también a otro milenio. Hemos quedado huérfanos así mismo de las certidumbres propias del siglo pasado tanto en lo político como en lo estético.

Como menciona Miguel Gomes en su ensayo Después de los Ismos: La Voluntad de Historia en la Poesía Mexicana Reciente:

[...] los poetas que comienzan a publicar en los 1970 dan pocos indicios de que las vanguardias de principios de siglo sean el referente central de sus quehaceres, ni en la admiración ni en la censura. Ya no se rompe con ellas ni se les resucita programáticamente. No sólo verlos como “postvanguardistas” sería inútil y gratuito, sino que a duras penas podría aducirse algún tipo de articulación colectiva que permita hablar de un movimiento [...] (1)

Pero esta orfandad no es necesariamente un signo negativo o una maldición. Libre de las cadenas que pueden ser los dogmas el poeta aún hoy día oscila entre el ermitaño o el apóstol. El poeta dentro de su soledad busca trascender su condición histórica, no el asegurar su permanencia en la historia, en palabras de Cesare Pavese:

quien quiere hacer el arte de su tiempo “por necesidad histórica”, hará cuando mucho una poética, un manifiesto. (2)

Pero que mejor ejemplo de trascender la historia o la existencia sino la imagen del ahogado que ofrece el poema de Jose Carlos Becerra

EL AHOGADO

aquel hombre se unía a la soledad del mar,

iba y venía en sus olas y lo azul del agua

iba y venía en sus ojos cada vez más sin nadie,

unido a la soledad del mar aquel hombre soñaba

y no era un sueño,

y perdía su nombre, perdía su voz arrojada como una corona

[fúnebre

que el oleaje deshojaba al pie de otro silencio,

aquel hombre ya sólo tenía que ver con el agua,

con el color azul sacado del cielo a ciertas horas de la eternidad,

con la espuma que crece cuando el dios del mar despluma sus

[ángeles

con mano temblorosa,

aquel hombre se unió al mar,

un pájaro rompía el cascarón de la tarde, (3)

Me atrevo a citar este poema de Becerra pues no solo el poema, sino el poeta cumplen con una doble función en la comprensión de la poesía.

En el poema de Becerra el ahogado es el poeta que busca fundirse con el poema, en este caso el mar y todos los conceptos asociados con él. Pero en este intento el poeta siempre se encuentra a la orilla del precipicio. Siempre con la posibilidad de ser engullido por su obra. En algunos casos anulándolo en algunos otros más afortunados trascendiendo la voz del poeta, como en el caso del ahogado, que queda unido al mar.

Becerra muere a los 33 años dejándonos en las fotos que se conservan la imagen del poeta eternamente joven. Milan Kundera en su Ensayo sobre el arte de la novela La Cortina (4) habla del Poeta y el Novelista. Kundera compara la juventud con la “edad lírica” donde el individuo se envuelve en sí mismo y es incapaz de ver, comprender o juzgar claramente el mundo a su alrededor. Kundera considera que se alcanza la madurez al superar la actitud lírica y va aún más lejos al comparar este paso con la conversión de Saulo a Pablo cuando el novelista nace de entre las ruinas de su mundo lírico.

Coincido en visualizar al poeta como el eterno adolescente, pero esta juventud perpetua es el reflejo de la voz eterna que no envejece. Nadie recuerda de memoria todas y cada una de las palabras de una novela, quedan grabadas en nuestra mente las imágenes líricas, los momentos o sentimientos que más nos conmueven.

Edgar Allan Poe en sus ensayos The Philosophy of Composition y The Poetic principle (5) sostiene que el hábitat natural del poema es la Belleza, pero entendiendo por Belleza no una cualidad sino el efecto que resulta de la contemplación, la elevación pura e intensa del alma, no del intelecto o el corazón.

De acuerdo a Poe el valor del poema va en proporción directa del aumento de la excitación del alma en el lector. El poeta entonces por más hermético que pueda considerarse busca al final un lector, ser escuchado y si la comunión es feliz el diálogo.

Ya lo menciona Heidegger en Hölderlin y la Esencia de la Poesía:

Desde que los dioses nos llevan al diálogo, desde que el tiempo es tiempo, el fundamento de nuestra existencia es un diálogo[...]

El poeta nombra a los dioses y a todas las cosas en lo que son. Este nombrar no consiste en que sólo se prevé de un nombre a lo ya es de antemano conocido, sino que el poeta, al decir la palabra esencial, nombra con esta denominación por primera vez, al ente por lo que es y así es conocido como ente. La poesía esla instauración del ser con la palabra. (6)

Cómparese a Heidegger con lo que Jorge Luis Borges confiesa al escribir un poema:

Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas. (7)

Aqui nuevamente el Poeta entra en su vocación apostólica predicando la palabra. Para algunos poetas apóstoles como Pavese los libros y las palabras son el oficio, el medio para llegar a los hombres pero no el fin.

La visión del poeta apóstol llega en ocasiones a contraponerse con el poeta ermitaño, el hermético que se enfrasca en ocasiones en una lucha desigual con encontrar la palabra y por ende su voz.

El tenue balance entre apóstol y ermitaño dará a la luz el poema donde la ambigüedad no sea hermetismo, sino la universalidad del poema que encontrará múltiples lectores y lecturas.

La voz del poeta que encuentra las palabras queda plasmada en los versos de Hölderlin:

Es derecho de nosotros, los poetas,

estar en pie ante las tormentas de Dios,

con la cabeza desnuda,

para apresar con nuestras propias manos

el rayo de luz del Padre, a él mismo.

Y hacer llegar al pueblo envuelto en cantos

el dón celeste.

Referencias

(1) Gomes, Miguel “Después de los Ismos: La Voluntad de Historia en la Poesía Mexicana Reciente” Tigre la sed Antología de poesía mexicana contemporánea 1950-2005 Madrid: Ediciones Hiperión, 2006 página 56

(2) Pavese, Cesare El oficio de Poeta México: Universidad Iberoamericana Departamento de Letras, 1994 páginas 11,14,21

(3) Becerra, José Carlos El otoño recorre las islas México: Editorial ERA, 2007 página 60

(4) Kundera, Milan The Curtain New York: Harper Collins, 2005 páginas 88-89

(5) Poe, Edgar Allan Poems and Prose New York: Random House, 1995 páginas 166-167, 182

(6) Heidegger, Martin Arte y Poesía México: Fondo de Cultura Económica, 1995 páginas 136,137, 141,142

(7) Borges, Jorge Luis Siete Noches México: Fondo de Cultura Económica, 1995, página 106

2 comentarios:

  1. Como más me acerco a la poesía y más me acerco a su función... menos la entiendo. Pero voy a confesar una necesidad egocéntrica que tiene escondido -eso creo- todo poeta: el ser escuchado y el ser comprendido. Yo soy de los que opina que nadie escribe para sí mismo.

    Holderlin lo adimiro. Lo que dice aquí Borges lo destesto cínicamente con ternura y me quedo con sus versos de Fervor de Buenos Aires. Kundera creo que yerra : con su comentario desprecia al poeta y su madurez como sujeto. Y discrpo de Gomes...sí hay movimientos después de las vanguardias: La poesía social de la posguerra, la poesía del movimeinto beat, la poesía de la experiencia, la poesía del silencio, la poesía urbana, el movimiento pospoético...

    Pero quiero felicitarte por este artículo sucinto, directo y armónico en su argumentación.

    Un abrazo

    Eduard

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  2. Existe una tendencia a pensar que todo lo que se escribe en verso es poesía. Existe la tendencia de creer que cualquiera que escribe unos versos es poeta. Existe una tendencia a pensar que la poesía no se piensa, que la postura conceptual y estética del poeta no se piensa.
    El poema de Becerra por sí mismo refuta lo antedicho, no hace falta nada más.
    Marianela

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