lunes, 25 de mayo de 2009

Cementerio Marino

Por José Armando García

Luego de un largo marinar de intermitentes 7 años. Luego de olvidar y volver a recordar la programática educación que de la lengua gala he recibido. Después de echar mano de todos los recursos disponibles de la red (versiones del poema, diccionarios, foros de traducción, manuales del francés, etc.). Desilusionado con las versiones al español que de este poema existen, hago pública mi propia versión de “El cementerio marino” de Paul Valéry.

Este se cuenta entre esos poemas que regresan a mí como en ciclos lunares, como si no los hubiese leído nunca antes, esos poemas con los que aprendemos a leer poesía, esos que nos dan la evidencia de la letra, escandida, colosal, como un manantial apenas y litoral. Desde hoy y siempre lo incluyo dentro de mi antología personal, donde destacan los “Cuatro Cuartetos” de T. S. Eliot, “Elegías de Duino” de Rainer María Rilke, “Muerte sin fin” de José Gorostiza, “Primero sueño” de Sor Juana Inés de la Cruz, “El Tránsito de fuego” de Eunice Odio, “Igitur, o la locura de Elbehnon” de Mallarmé. Hablo de esos poemas que toman una era para resonar su eco.

Traduciendo este poema me he topado con un hallazgo: traducir es una forma de lectio. Uno inquiere al texto como si de un sujeto se tratase, a veces se encuentran las respuestas, muchas veces brillan por su ausencia. Uno tiene que leer la inscripción en voz alta para dar con el ritmo, uno pretende el efecto del original cuando en verdad se desgasta en singular versión, uno se entrampa en la literalidad cuando lo que está al pie de la letra es nuboso. Finalmente, uno le pregunta al autor como Ulises al mar Egeo: ¿por qué has puesto este adjetivo aquí y no allá? ¿Por qué este nuevo motivo ahora? ¿Es esta la palabra o solo su expresión? Y ese imposible de precisión encunado en las dichosas preposiciones: con o sin, por o para, a o y, estas siempre son vagas. Antes entendía yo la interpretación como aquello que decantaba el sentido último y único, como la muy oficial interpretación de la ley a la que se dedican los magistrados. Hoy, y a partir de esta experiencia, interpretación es ese giro aleatorio encarnado en las preposiciones, es tocar el quiasma de sentidos plurales más que introducir el dedo en la llaga, es un acto de intencional contingencia no de verificación. Así, uno le pregunta al autor cuando el autor se ha muerto en la letra: a veces esta te facilita una respuesta, a veces una nueva dirección, y si vuelves al punto original, puede que nunca vuelvas a lo que antes este te llevo.

A los anticipados críticos que apunten más a mi osadía que a mi producto, les digo que puede que mi versión necesite la pulida de la experticia. Sin embargo, y con conocimiento de causa, puedo asegurar que mi versión no será la premiada, pero bien que las he leído peores. Esta versión entraña una constante en un curso en mi vida caracterizado por mutaciones heraclitianas siempre atacando mis futuros por asalto. Aprecio cualquier modificación siempre que venga bajo el sello de un restaurador de patrimonios.

Disfruten la versión de “El cementerio marino” de Paul Valéry.

Cementerio Marino

Paul Valéry

Versión: José Armando García

I

Este techo tranquilo, donde marchan palomas,

Entre los pinos palpita, entre las tumbas;

Justo al mediodía compuesto de fuegos

La mar, la mar, ¡siempre vuelta a comenzar!

¡Oh recompensa después de un pensamiento

Como larga mirada sobre la calma de los Dioses!

II

¡Que trabajo más puro de finos destellos consume

Tanto diamante de imperceptible espuma,

Y que paz parece concebirse!

Cuando sobre el abismo un sol se reposa,

Obras pulcras de una eterna causa,

El tiempo centellea y el sueño es saber.

III

Estable tesoro, templo uno a Minerva,

Masa de calma, y visible reserva,

Agua puntillosa, ojo que guardas en sí

Tanto sopor bajo un velo de flamas,

¡Oh mi silencia!... Edificio en el alma,

Mas cumbre áurea de mil tejas: ¡techumbre!

IV

Templo del tiempo, que un solo suspiro resume

Hasta ese punto puro me alzo y habitúo,

Todo envuelto de mi mirada marina;

Y como a dioses mi ofrenda suprema,

El centelleo sereno siembra

Sobre la altitud un desdén soberano.

V

Como la fruta se funde en goce

Como ella en delicia trueca su ausencia

En una boca donde se da forma a su muerte,

Así sorbo yo aquí mi humo venidero

Y el cielo canta al alma consumida

Las mudanzas de orillas en rumor.

VI

¡Bello cielo, y verdadero, mírame que mudo!

Ante tanto orgullo, ante tan extraña

Ociosidad, aunque plena de poder,

Me abandono a ese brillante espacio,

Sobre la morada de los muertos mi sombra pasa,

Quien me doma en su frágil movimiento.

VII

El alma expuesta a las antorchas del solsticio,

¡Yo te sostengo, admirable justicia,

De la luz de armas sin piedad!

Te devuelvo pura a tu lugar primero:

¡Mírate, pues!... Más devolver la luz

Supone de la sombra una apagada mitad.

VIII

¡OH sólo para mí, y a mí sólo, en mí mismo!

Junto a un corazón, a las fuentes del poema,

Entre el vacío y el acontecimiento puro,

Escucho el eco de mi magnitud interna,

Amarga, sombría y sonora cisterna,

¡Sonando en el alma dentro un hueco siempre futuro!

IX

¿Sabes tu, de falso cautivo en el follaje,

Golfo devorador de estas alambradas magras,

Sobre mis ojos cerrados, secretos deslumbrantes,

Qué cuerpo me arrastra a su fin inerte,

Qué frente me atrae a esta tierra ósea?

Una chispa piensa mis ausentes.

X

Cerrado, sacro, pleno de un fuego inmaterial,

Fracción terrestre a la luz ofrecida,

Me place este lugar, dominio de antorchas,

Compuesto de oro, de piedra y de árboles sombríos,

Donde tanto mármol tiembla sobre tanta sombra;

¡La mar fiel duerme sobre mi tumba!

XI

¡Echa al idólatra, perra espléndida!

Cuando solitario con sonrisa de pastor,

Apaciento, corderos misteriosos,

El rebaño blanco de mis tranquilas tumbas,

¡Aleja las palomas prudentes,

Los vanos sueños, los ángeles curiosos!

XII

Llagado aquí, el devenir es pereza.

El insecto neto pica la sequía;

Todo arde, es derrotado, recibido en el aire

A no sé cuál adusta esencia…

La vida es vasta, estando ebria de ausencia,

Y el amargor es dulce, y el espíritu claro.

XIII

Los muertos ocultos se hallan bien en estas tierras

Que los calienta y seca su misterio.

Mediodía a lo alto, mediodía sin movimiento alguno

En sí se piensa y a sí mismo conviene

Cabal cabeza y perfecta diadema,

Yo soy en ti el secreto mutante.

XIV

¡Solo a mí me tienes para contener tus temores!

Mis arrepentimientos, mis dudas, mis tensiones

Son el fracaso de tu gran diamante…

Mas en su noche toda cargada de mármoles,

Un pueblo ambiguo de raíces de árboles

Ha tomado partido por ti lentamente.

XV

Se han fundido en una ausencia espesa,

La arcilla roja bebió la blanca especie,

¡El don de vivir ha pasado a las flores!

De los muertos, ¿dónde están las frases familiares,

El arte personal, las almas singulares?

La larva teje donde se formasen los llantos.

XVI

Los agudos chillidos de niños excitados,

Los ojos, los dientes, los párpados húmedos,

El seno cautivador que juega con el fuego,

La sangre que brilla and labios que se rinden,

Los dotes últimos, esos dedos que les defienden,

¡Todo va bajo la tierra y entra en juego!

XVII

Y tú, alma grande, ¿esperas acaso un sueño

Ya sin esos colores falsos

Que a la vista real fingen oro y onda?

¿Cantaras acaso cuando ya vapor seas?

¡Ve! ¡Todo ido! ¡Que mi presencia es porosa,

Que la sagrada impaciencia muere también!

XVIII

¡Magra inmortalidad negra y dorada

Consoladora de horroroso lauro,

Que de la muerte hace un seno materno,

La bella mentira y el piadoso ardid!

¡Quién no conoce, y quién lo rehúsa,

Ese cráneo hueco y ese rictus eterno!

XIX

Padres profundos, testas inhabitadas,

Que bajo tantos pies palados,

Sois la tierra y confundís nuestros pasos,

El verdadero roedor, el gusano irrefutable,

No apunta a vos que dormís sobre las tablas,

¡El vive de la vida, y nunca me abandonará!

XX

¿Amor, podría ser, o acaso odio a mí mismo?

¡Esa dentadura secreta está de mí tan cerca

Que todos los nombres le pueden convenir!

¡Pero qué importa!, ¡Se ve, se busca, se sueña, se toca!

¡Mi carne le apetece, y hasta mi lecho,

A ese viviente mi vivir le pertenece!

XXI

¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!

¡Me has atravesado con esa flecha alada

Que vibra, vuela, y ya no volará!

¡El zumbido me alumbra y la flecha me mata!

¡Ah! El sol… !que umbra de tortuga sobre el alma,

Aquiles inmóvil a pasos agigantados!

XXII

¡No, no! … ¡De pie frente a la era por venir!

¡Vence, cuerpo mío, esa forma pensativa!

¡Bebe, pecho mío, el brote del viento!

Un frescor, de la mar exhalado,

Me insufla el alma… ¡Oh potencia salada!

¡Arrasando en ondas de salpicaduras vivas!

XXIII

¡Sí! ¡Gran mar de delirios preñada,

Piel de pantera y clámide horadada

De miles y miles de ídolos solares,

Hidra absoluta, embriagada en tu carne azul,

Que muerdes tu deslumbrante cola

En un tumulto de silencio semejante,

XXIV

El viento se eleva! … ¡Es menester tender a la vida!

¡El viento inmenso se abre paso y cierra súbito mi libro,

La polvareda osa surgir de entre los peñascos!

¡Volad, páginas todas deslumbradas!

¡Romped, olas! ¡Romped en olas regocijantes

Este techo tranquilo donde despuntaban los foques!

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