Eduardo Dalter nació el 6 de
febrero de 1947 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Es poeta, investigador
cultural, difusor de la poesía latinoamericana. Colaboró en las revistas
culturales “Crisis” de Buenos Aires, “Shantih Magazine” de Nueva York, “Casa de las Américas” de La Habana, “Revista
Nacional de Cultura” de Caracas, “Alero” de la Universidad de Guatemala, entre
otras. Durante los años de la última dictadura militar de su país vivió en el
Oriente venezolano y en la ciudad de Maracaibo. Dio conferencias y participó de
encuentros internacionales (por ejemplo, en el Ginsberg Tribute, en el Central Park, Nueva York, en la Feira do Livro, en Brasilia, y en el 25º Festival Internacional de
Poesía de Medellín). En el lapso 1994-2002 dirigió la revista de poesía
latinoamericana “Cuaderno Carmín”. Durante el bienio 2004-2005 diseñó y dictó
los seminarios de poesía latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires. Algunos de sus poemarios: “Aviso de empleo”, 1971; “Las espinas del pescado”, 1973; “En las señales terrestres”, 1975; “En la medida de tus fuerzas”, Ediciones
Cantaclaro, Maracaibo, 1982; “Versus”
(1971-1984), incluye “Estos vientos”,
1984; “Silbos”, 1986; “Hojas de sábila”,
1992; “Aguas vivas”, 1993; “Las costas del golfo”, Ediciones
Mucuglifo, CONAC, Mérida, 1995 (el autor residió en Güiria, poblado costero
venezolano, durante 1977 y 1978 y a esa experiencia corresponden los textos); “Mareas”, 1997; “N. Y. Postales para enviar a los amigos”, 1999; “Almendro de naufragio”, 2000; “Bocas baldías”, 2001; “Marcha
de los desocupados”, 2002; “El mercado de la muerte”, 2004; “Macuro”, 2005; “Hojas de ruta”
(1984-2004), 2005; “Canciones olvidadas”,
Editorial Recovecos, Córdoba, Argentina, 2006; “7 poemas”, 2007; “Cuatro
momentos”, 2009; “Dos cigarrillos
para Eliot”,
2015. Y en soporte digital: “18 poemas”, 2015,
y “21 poemas – La hora de los zorros”, 2016.
En prosa (estudios, antologías): “El periódico Alberdi y sus poetas”, 2000; “Historias, personajes y leyendas de Villa Luzuriaga”, 2011; “Harlem: los blues de la historia” (Un
siglo de poesía), Editorial Leviatán, 2014; “Viento
Caribe” (Poesía de Guadalupe, Guayana, Martinica y Haití; selección e
investigación en coautoría con María Renata Segura), Editorial Leviatán, 2014.
1 —
¿Nos proporcionarías una semblanza de tu niñez?
¿Y cómo recordás tu adolescencia y tus lecturas y preferencias de
entonces?
ED — No puedo saber si mi mirada de
hoy, si mi registro actual, tendrán alguna cercanía
con lo vivido aquellos años y con su gente. Pasó tanto tiempo, tanto humo,
pasaron tantas luces y sombras, que hoy más bien todo me parece una leyenda que
leí en alguna revista o algo así. Recuerdo sí que estaba algo preocupado; el
mundo de los mayores me inquietaba. Había días en que mis preguntas crecían
como árboles o como enredaderas. Los argumentos y lo contradictorio de
los hechos no me brindaban mucha garantía, a pesar de la buena voluntad y
generosidad de la gente mayor que me quería y me cuidaba. Lo que fue creciendo
sobre terreno firme es el diálogo con mi madre, que fue lo más cierto que
conocí durante esos años, que, como te dije, hoy se me presentan como
secuencias entrecortadas de leyendas. En cuanto a la segunda parte de tu
pregunta, yo en mi adolescencia no leía y detestaba la lectura. Es que en la experiencia vivida en la escuela primaria y en
la secundaria, la literatura y la poesía se sufrían como momentos de tortura;
como para que a nadie se le ocurra en el futuro leer libros. Nos hacían
estudiar, recuerdo, versos berretas y almidonados de memoria para todo el fin
de semana. Y en la secundaria, nos tuvieron encerrados en la narrativa
del asturiano Palacio Valdés, que no había quien no saliera con la cabeza
acalambrada. Yo descubrí la poesía, la literatura, la filosofía, ya algo
grande, a los 19 años. Y entonces, al advertir la profundidad, la humanidad, de
todas esas páginas, entendí también el carácter represivo y restrictivo de la
educación primaria y secundaria. Así, de joven yo no escribía; iba a Bellas
Artes, como búsqueda de expresión y de libertad, prestaba atención a los
maestros, y pintaba… Y además viajaba mucho.
2 — El
poeta veinteañero de “Aviso de empleo”,
¿a qué se asomaba con su poética?, ¿qué vislumbraba? ¿A quiénes fuiste
conociendo? ¿Habías ya publicado en diarios y revistas, o comenzó a suceder
después de la aparición de tu poemario inicial?
ED — Antes de publicar mi cuaderno de poemas “Aviso de empleo”, que fue unos años después de haber abandonado
los pinceles y los blocks de dibujo como ejercicio diario, yo difundía mis
poemas en el periódico “Lar”, de Crespo (provincia de
Entre Ríos), y en el periódico “Alberdi”, de Vedia (provincia de Buenos Aires).
A mí me sorprendía por esos años la poca seriedad, la poca inteligencia,
con que se administraba el mundo; un mundo, que ante mis ojos, se me figuraba
medio ciego y medio loco. Yo tenía muy presente ese fragmento del poeta Kenneth
Patchen, que dice: “de vosotros es la
salud del cerdo que devora las raíces de la parra que lo alimenta…”, poeta
que además estaba entre mis preferidos, y hoy también lo está. A mí me dolía
mucho que las autoridades y el poder mismo fueran tan obtusos en la relación
con los jóvenes. Había, todos recordarán, discursos de ministros y de
gobernadores, realmente, al día de hoy, profundamente impresentables. Yo crecí
en esa década previa al terrorismo de Estado, que por esos años ya existía
aunque sólo mayormente en su instancia verbal. Todo eso me producía una gran
tensión, que inclusive, pienso hoy, me estremecía y
bloqueaba en mis estudios y en mis observaciones. Quienes me aportaron mucho
por entonces, en ese desmalezamiento necesario para poder ver el bosque, fueron
Jean-Paul Sartre y Federico Engels, además de otras lecturas de Hegel y de
escritos varios acerca de la realidad política y cultural latinoamericana. Yo
sentía que el drama del hombre no sólo era político, sino profundamente
cultural, y ahí sí me encontré con un verdadero paredón. Había algunos jóvenes
militantes, y no tan jóvenes, que me decían: “Dejá de leer a Hegel; esas son veleidades burguesas”, o cosas por
el estilo. Pero como yo de burgués nunca tuve nada, ni por ascendencia ni por
barrio, seguía con mis lecturas, aunque con esa espinita odiosa que siempre
deja todo desentendimiento o toda brecha. En cuanto a la política y a la
historia nacional, yo me encontraba muy cómodo leyendo a Scalabrini Ortiz.
También me encontraba bien leyendo al chileno Pablo de Rokha y al mexicano
Efraín Huerta. A César Vallejo lo descubrí después, y luego de varias lecturas.
Habrán pasado unos dos o tres años cuando
comencé a cartearme con unos pocos poetas de Nueva York y de San Francisco,
sobre todo con Lawrence Ferlinghetti, quien me enviaba sus paquetes con libros,
e inclusive algunos de mis poemas traducidos y publicados en revistas. Es en
ese tiempo también en que con Jorge Isaías y los poetas de la revista “La Cachimba”,
de Rosario, comenzamos una relación muy entusiasta y fructífera. Ellos estaban
siempre pendientes, siempre motivados, y además eran
aplicados y apasionados lectores. Habría más, seguramente mucho más, pero como
respuesta a tu pregunta, lo más importante estaba, o está, en estos términos.
Leía y estudiaba mucho, y, por cierto, rompía muchas cuartillas de poemas que
no había conseguido terminar de escribir.
3 — “Las espinas del pescado” y “En las señales terrestres” también se editaron durante los primeros años de los setenta. Recién en el ‘82 aparecería “En la medida de tus fuerzas”. ¿Cómo transitaste aquel período?
ED — Fueron
años mayores, por decirlo de alguna forma, y que, como grandes oleajes, me
estremecían los huesos y arremolinaban. Había mucho frenesí por esos años;
mucho idealismo; abnegación; y una pizca siempre presente y cruzada de locura.
Mucha soledad también en cada uno. Hoy siento que estaba cociéndose un plato,
en el mejor de los casos, de muy dificultosa digestión; siento que la historia
requiere de calma y de un pulso bien probado. El ímpetu es el primer plato que
la historia se devora. Mirando en proyección el momento, siento que se hizo
trizas una historia que ya estaba en cauce desde el fusilamiento de Dorrego;
una historia que habría de coronarse de laureles en ese genocidio llamado “conquista del desierto”, que nunca se
revisó y que inclusive se enseñaba a la ligera en las
escuelas. Además, si comparamos unas y otras páginas, vamos a poder
observar la profunda familiaridad entre los generales ascendidos de esa
“conquista” y los generales hoy presos del “proceso”. Un país había cambiado
entre una acción y otra, entre una barbaridad y otra, que a los generales
evidentemente sorprendió. Hubo una historia, aún no revisada de modo adecuado,
que fue indecorosa. Por estos años, por dar un solo ejemplo, sería imposible
estudiar en el aula los discursos de Julio A. Roca; y viniendo un poco más acá,
los discursos de los presidentes Juárez Celman y Manuel Quintana, por dar sólo
dos nombres. La caída del “proceso” significó también la caída de una forma
histórica de hacer política y de administrar el país en la Argentina. Haber
vivido esos años y poder después contarlo, es un lujo de la sangre, que es un
lujo del dolor y la memoria. Pero ahora el atroz libreto marketinero está
desencajando todo; y esto lo digo naturalmente desde la perspectiva de la
necesidad de un país maduro, entendible (para nosotros, quiero decir) y
soberano, sin implosiones diarias de exclusión y de miseria. Hay que aprender,
siento, de las quebraduras, para pensar y equilibrar un poco en serio. Pero
retornando a tu pregunta: el lapso al que te referís pasó, hora a hora, por esa
historia, que me tuvo siete años pensando mucho y escribiendo poco, mientras
iba digiriendo la barbarie, que me sorprendía cada día. Hasta que entre 1981 y
1982 escribí en Maracaibo un librito de treinta y cinco poemas breves, donde
más o menos trataba de afirmar algunos lugarcitos sobre los cuales poder pararme, respirar y caminar.
4 — Ya de vuelta en nuestro país después de tu exilio en Venezuela
apareció “Versus”, volumen que se
conforma con una selección de tu trabajo poético hasta entonces publicado, más “Cuaderno flor” (1982-1983) y “Estos vientos” (1984). Y a fines de
1983 recibiste el Premio Ko’eyú Latinoamericano, en poesía. Sería interesante
que nos des un pantallazo del quehacer de los poetas de aquella Venezuela, y
con quiénes creaste lazos.
ED — Fueron años para mí muy intensos, de
descubrimientos diarios; otra cultura, otros rostros, otros paisajes. El Caribe
poco tiene que ver con los aires del Río de la Plata. También fue un tiempo de
aprendizajes, en primer lugar de la lengua. Tanto Venezuela como la Argentina
son países, lo sabemos, que hablan español, pero en el uso diario son españoles
diferentes. Además, en los pequeños pueblos venezolanos circulan corrientemente
muchos términos del español antiguo, que yo en un primer momento creí que eran
expresiones propias de esos lugares. En un principio viví en una aldea costera
de cultivadores de piña y de cacao y de pescadores, frente a Trinidad y Tobago,
islas donde los lugareños iban a menudo en pequeñas embarcaciones. Una zona
determinada culturalmente por el calipso y por ritmos y costumbres que obran
como una suerte de religión. Así, el baile es una cuestión de todos los días, y
a veces de cada momento. Por ahí, el que no baila no vive del todo. Para mí
todo eso, esos aires, fueron una especie de tsunami cultural que me envolvió y
me arrojó a alguna parte. Un vendaval poético de primera y segunda agua. No
hacía falta leer poemas, porque la poesía estaba ahí en estado de ebullición.
De más está decir que durante ese año y medio no escribí ni un solo verso. Por
las noches, recuerdo, escuchaba el mar mientras cenaba en el patio de la casa
donde vivía, y en la madrugada lo escuchaba resoplar
o bramar desde la cama. Como literatura, en el pequeño puerto, escuché
muchas historias de la mar y de los marinos, que las iban diciendo en ronda, entre
ron y ron y entre cigarro y cigarro. Existe en el aire de los pobladores del
golfo, muy arraigada, una literatura oral por demás apasionante. Yo antes de
arribar a Venezuela escribía, a través de envíos constantes desde Buenos Aires,
en varias publicaciones caraqueñas. Pero durante el lapso que anduve por el
golfo, nada envié, excepto saludos y buenas noticias. Pero además de eso, de
esa nueva vida, sabía bien lo que seguía sucediendo en la Argentina, porque
sabía muy bien de la Argentina de comienzos de 1977 que yo había dejado. Fue
extremadamente duro ese contraste, sobre todo porque había partido con todo el
deseo de regresar apenas se pudiera. Fue un año y medio, como te dije, en
Güiria, en el caliente golfo, tan lejano, inclusive de Caracas, que bulle en
toda la gente otra dimensión de tiempo. Ahí no existían las bocinas, los
televisores ni las ventanas de vidrio, y, además, en la única librería de la
aldea, la gente compraba el diario de acuerdo a las
noticias que traía, nada importaba de qué día fuera la edición. Había en
exhibición periódicos de todo el mes e inclusive de meses anteriores. “Lo que uno bebe, lo que uno vive, es lo que
vale”, escuché decir más de una vez. Y a mediados de 1978 partí para
Maracaibo, una ciudad grande, acaso más populosa que Rosario, y lejanos
quedaron aquellos días, donde más de una vez vi cómo las iguanas cruzaban la
calle. En esa zona de Venezuela, que todos llaman Oriente, conocí la poesía de
un poeta de notable porte, Eduardo Sifontes, que había fallecido unos pocos
años antes de mi llegada; él era natural de una pequeña ciudad vecina de Puerto
La Cruz. En Maracaibo surgió otra vida, como la que se hace en toda ciudad;
aunque Maracaibo es una urbe muy singular y, seguramente por sus extremos
calores, siempre febril. En cuanto a poesía, Maracaibo tiene una historia
interesante, con vibrantes poetas y destacados críticos. Por esos días leí un
poemario local muy fervoroso y abierto, “Date
por muerto que sois un hombre perdido”, de Blas Peroso Naveda, de quien a
los pocos meses me hice muy amigo. Un poeta
que hoy es parte tangible de la historia poética y cultural de esa ciudad. En
esos años, principio de los ‘80, entre mis lecturas de los discursos de Simón
Bolívar, y de las noticias duras provenientes de nuestro país, cayeron a mis
manos dos poemarios, “Costumbre de
sequía” y “Resolana”, del
caroreño Luis Alberto Crespo, de profunda
vivencialidad, que hasta el día de hoy acostumbro releer. Además de todo eso,
mi soledad, que en todo momento me acompañó, inclusive en los momentos
de mayor alegría, siento que, entre todas estas palabras, es algo para
subrayar.
5 —
¿Cómo fue resultando tu reinserción en nuestras latitudes? ¿Cómo comenzaste a
organizar lecturas de poetas, siempre atento a los hacedores de las provincias?
Sos alguien que destaca entre los que saben leer en público su propia poesía.
Compartamos tus reflexiones sobre los que logran una marca de oralidad en sus lecturas.
ED — Ahí sí, la cuestión fue más dura
todavía. Creo que tardé dos años en aclimatarme al Buenos Aires post dictadura.
Mi desolación se podía tocar, o pesar en una balanza, más o menos. Me
estremecía esa Argentina de 1984, donde cada día aparecía un cementerio
clandestino diferente, para la sorpresa o aparente sorpresa de todos. Y me
sorprendía lo que hablaba la gente, inclusive sus niveles de inocencia política
y sus delirios optimistas. Esa Argentina, quiero decir, donde también iba teniendo autopista esa aplastante teoría de los dos
demonios. Y es así que en 1985 comienzo a escribir, con esos tonos y esa
infinidad de preguntas y de soledades, los poemas de mi libro “Silbos”, que concluyo hacia mediados
del año siguiente, acaso en sus trasfondos con algunas leves cadencias
tangueras, que me inspiraba el barrio en que por entonces vivía, hacia el fondo
de la Avenida La Plata y en cercanía de la Avenida Cruz, en Pompeya, y donde existía el hueco tangible de tantos jóvenes vecinos
desaparecidos. Lo de las lecturas con público, a las que te referís, fue a
partir de la década siguiente, e implicaron más de
una decena de encuentros, casi todos en la sala de la mutual de los artistas
plásticos. Pero desde siempre me atrajeron las obras de los poetas de
algunas provincias, comenzando por Santa Fe, que incluye naturalmente a
Rosario, por irradiar una vitalidad y una diversidad enriquecedoras, también
para Buenos Aires, que obra a menudo como la gran urbe proveedora y
administradora, algunas veces de modo ligero y otras de modo forzado. La poesía
del país, y en su gran amplitud, siempre entendí, es
una y se vive y escribe en todas las provincias. De cualquier forma,
todas establecen y afirman un círculo, dentro de un círculo aún mayor, que es
la poesía de todo el continente, con su Neruda y su Vallejo, y hasta estos
años, donde podemos recordar y releer los versos maravillosos del cubano Fayad
Jamís, de la jamaiquina Lorna Goodison, y del limeño Antonio Cisneros, entre
otros. Acerca de las lecturas en público, o de las lecturas a solas,
supongamos, y regresando a lo que habíamos comenzado a decir, ahí es oportuno
tocar la médula de la cuestión, que es vérselas con esos silencios interiores,
esos espacios, esas soledades, mientras vamos respirando y rezumando, con todo
lo que de composición musical pueda tener y con todo lo que de ritual mayor
pueda sustentar. En esos silabeos, ya en lo muy personal, siempre pretendo
llegar a ese momento, a ese punto original de creación…
6 — ¿Y “Cuaderno Carmín”?
ED — Fueron ocho años de poesía, de
aventuras y de intercambios, que se fueron volcando en 18 ediciones. La
libertad presidió cada una de sus apariciones, el amor, la poesía de siempre y
los encuentros, desde 1994 hasta 2002, en un momento en que el burdo
neoliberalismo hacía sus estragos, sobre todo en la Argentina. Muy importantes
poetas del país y del continente se fueron acercando para saludar sus páginas:
Raquel Jodorowsky, desde Lima; Víctor Casaus, desde La Habana; Allen Ginsberg,
desde Nueva York; Lubio Cardozo y tantos otros, desde Mérida; Joanyr de
Oliveira y Ronaldo Cagiano, desde Brasilia; Beatriz Vallejos, desde Santa Fe;
Jorge Isaías, desde Rosario, quienes fueron colaborando en varias apariciones,
que estuvieron a disposición de los lectores en más de veinte librerías y en
numerosas bibliotecas de todo el continente. Ah, y casi olvido: los poetas del
Harlem, con sus poemas memorables y su historia, se hicieron presentes en sus
páginas, desde el recordado Langston Hughes hasta Amiri Baraka. A propósito, yo
escribí un ensayito que incluyó la revista “Juglaría”, de Rosario, en su número
13, del año 2006, donde trato de espigar los momentos diversos y las constantes
de esa experiencia.
7 — En 2000 homenajeaste a través de
tu artículo “El periódico Alberdi y sus poetas” (y en 2001 en el Café de las
Madres “Osvaldo Bayer”), al, para muchos de nosotros, inolvidable periódico
“Alberdi” de Vedia, provincia de Buenos Aires, con su sección
“Versos que hablan”.
ED — El periódico “Alberdi” en sus 53
años de vida fue todo un lujo basado en la búsqueda de la verdad, en el
periodismo en serio, en la responsabilidad y en el esfuerzo de cada día. Sus
editoriales tuvieron siempre una firmeza y una nobleza (palabra ciertamente
algo pasada de moda, parece), que llamaban a pensar y que emocionaban. Uno no
puede más que comparar esa experiencia con la prensa masiva y lamentable de
hoy, y se encuentra con dos mundos opuestos o lejanos. El quehacer intensivo de
este periódico lo llevó a circular desde la pequeña localidad cerealera de
Vedia a todo el país, sobre todo en las grandes urbes, como Buenos Aires,
Córdoba, Rosario, Tucumán, aunque también tuvo importante llegada en Río Cuarto
y en Junín, entre otras localidades. Durante los años de la llamada Revolución
Libertadora circuló clandestinamente y se imprimía en el depósito de una
chacra, campo adentro. Para no pocos jóvenes de los años ‘70 fue una especie de
maná que nos aportaba información y además la difusión de nuestros poemas hacia
todo el país. Sólo a su director Joaquín Alvarez se le pudo ocurrir dedicarle
en cada entrega una página a toda poesía, que se titulaba “Versos que hablan”,
y donde se podían leer inéditos de Raúl González Tuñón, de Ariel Canzani, de
Julio Huasi, y de los poetas desaparecidos Roberto Santoro y Dardo Dorronzoro,
así como también de jóvenes poetas como Carlos Penelas, Amaro Nay, Hugo Diz,
Clara Franco, Jorge Isaías y de quien habla, entre otros nombres que se iban
renovando cada semana. Joaquín siempre repetía, como buen cronista que era: “A las cosas hay que decirlas; si no para
qué sacamos el diario”. Yo recuerdo bien esa fiesta de los 50 años, que
tuvo lugar en Vedia en 1974; por cierto, un festejo lleno de poetas, de
chacareros, de militantes locales y de cronistas de campo; ahí estaban Susana
Esther Soba, Carlos Patiño y José Antonio Cedrón, entre otros poetas y
colaboradores. Menos de dos años después, bueno, llegó el terror, con Joaquín y
su hijo presos de resultas, y con el periódico cerrado por el Ejército, ya en la
primera semana del Proceso. Ese fue para mí un ejemplo tempranero y único;
porque no hubo más “diarios Alberdi” en los caminos y en los años…
8 — En Villa Luzuriaga, a donde has
regresado, viviste durante tu niñez y tu juventud. Te invito a que te refieras
a tu libro “Historias, personajes y
leyendas de Villa Luzuriaga”.
ED — Las ideas de hacer o armar el libro
surgieron después de haber escrito una media docena de notas acerca de la
historia de la localidad para el periódico “El Nuevo Día”. Yo llegué a la Villa
cuando era un niño de 8 años y recién se estaban loteando las primeras grandes
quintas y los primeros viveros. Los antiguos pobladores sabían poner
alambradas, conducir un carro o montar un alazán sin problemas. No existía, claro,
esta Villa de pubs y de modelos de alta gama. Pero esta Villa, acaso algo
ligera por momentos, no cayó de la nada ni salió de un recurso virtual. Hay una
historia de trabajo en el medio, con humildes vecinos esforzados en la lucha
por el pan, ya desde los remotos tiempos de Juan de Garay y de los primeros
cultivos trigueros. Se trata, en fin, de una historia, que yo fui siguiendo
paso a paso, desde su Luzuriaga Park, con su viejo ring y sus nocauts
repentinos, hasta los esperados asfaltos en cada una de sus calles, en los años
‘60 y ‘70. Y ahí está el libro, lo viste, con un gorrión a punto de volar en la
tapa…
9 — En www.eduardodalter.com se te ve en una fotografía, hace una punta de años,
en Lima, con la poeta chilena Raquel Jodorowsky,
fallecida en 2011. ¿Tu impresión sobre ella y su
poética?
ED — Es muy propicio recordar en
esta entrevista a Raquel, una poeta tan de verdad y tan de todo el continente.
No fue una escritora de poemas, no fue una literata ni nada que se le parezca. En
un momento, allá por la década del ‘60, solía ser figura en los encuentros
internacionales junto a Ginsberg, Cardenal, o al ruso Evtushenko. Fue musa
inspiradora de los bardos Nadaístas y brújula poética del “sexo sentido”, como expresó el poeta colombiano Jotamario. A menudo ella recordaba que en Chile no la consideraron nunca chilena, y
que los peruanos la veían como “una
estimada extranjera”. Yo estuve una semana en su casa de la calle Guisse,
en Lima, hace como unos veinte años, también recorriendo con ella la ciudad y
visitando lugares y cafés. Ahí me mostró la vieja máquina de escribir que había
pertenecido a Gonzalo Arango, y que conservaba como una valiosa reliquia, entre
cartas, ediciones y discos. Recuerdo que Ginsberg en su correspondencia me
enviaba saludos afectuosos para ella, y ella a la vez guardaba con celo su par
de fotos con Ginsberg en medio de un paisaje boscoso hacia las afueras de Lima.
Tengo media docena de sus libros, “Caramelo
de sal”, entre otros, que cada tanto releo, además de sus inéditos en
“Carmín”, que por cierto fueron muy celebrados.
10 — Entre el 3 de mayo y el 20 de
junio de 2004 estuviste abocado a concebir los 43 escritos breves que titulaste
“El mercado de la muerte” y que
dedicaste “A los niños mártires de Irak y
al Secretariado de la UNESCO, por una cultura de la
vida”. En el mismo año, la revista “Casa
de las Américas” los da a conocer y, ya localmente, se socializaron a
través de tu sello Ediciones Cuaderno Carmín.
ED — Estaba indignado, consternado, con
esa invasión y destrucción que llevó adelante el presidente Bush a través de
sus “valerosos” marines, bajo el pretexto de salvar a los EE.UU. y al “mundo
libre” de las “armas de destrucción masiva” con que contaba el “temido
dictador” Sadam, y en lo que fue un asesinato masivo de civiles, incluyendo
ancianos y niños, sin piedad alguna, y una pulverización vasta de todo lo que
se pudo. Una invasión, que nunca fue una guerra, sino por el contrario un
asalto sanguinario movido por la necesidad febril del petróleo. Un mes y medio
estuve dedicado casi exclusivamente a la escritura de esos “43 escritos
breves”, que publicó y tan bien difundió Casa de las Américas. Hasta varios
secretarios de la UNESCO y agregados me hicieron llegar su saludo, además de
algunos críticos y poetas del continente. Recuerdo que envié vía e-mail el
poemario, o epigramario, y a los dos días escasos ya me estaban avisando desde
La Habana de la pronta publicación de la obra. Un puñado de páginas dedicadas a
un crimen bestial y ya enunciador de los atajos y pasajes de este siglo XXI,
que parece no viene nada racional ni nada contemplativo…
11 — En 2013, a los pocos días de tu
primer viaje a Europa, donde habías ofrecido charlas y lecturas en escuelas y
centros culturales de Italia e Inglaterra, me escribiste: “Fue un viaje que me dejó sonando la cabeza. Y traje además muchos
poemas para ir traduciendo.” Bueno, ¿por qué te dejó sonando la cabeza? ¿Y en tus siguientes viajes?
ED — Como instancia básica, pude
observar gestos tranquilos y miradas serenas, tanto en los bares, en las
universidades como en los trenes. La vida en Roma o en Londres transcurre en la
gente, pareciera, sin mayores sobresaltos, a partir seguramente de modos y
estructuras sociales que tornan la vida más previsible, y esa experiencia de
base es sorprendente, sobre todo para quien vive bajo otros aires o ya
aclimatado a los sacudones y a los estremecimientos. A partir de ahí, todo
parece ser diferente, inclusive a la hora de aguardar el metro a la hora pico
en la estación terminal, o a la hora de compartir un café con amigos o colegas.
Por otra parte, en los ámbitos educativos y universitarios existe una
aplicación mayor, tanto en docentes como en estudiantes. Ahí nadie está fuera
de lugar, sino por el contrario ahondando en nuevos motivos y en conocimientos.
En las casas de estudio gobierna una especie de fundamentalismo abierto hacia
el estudio, que me parece tan ejemplar como motivador. A la vez, en Sicilia, ya
no en Londres, los jubilados llevan una vida sin lujos y tranquila, hasta diría
jovial, que da sana envidia. Hay un capitalismo, sí, pero más “civilizado”, o
más limitado, o no tan barato y bestial, como en la Argentina y en América Latina,
donde el tema es la alimentación básica y la pobreza extrema, inclusive en
millones de niños. Y la consiguiente contraparte: entre los legisladores y
altos funcionarios de gobierno, tanto en Roma como en Londres, o en Sicilia, no
hay tantos millonarios como por aquí, o como en Brasil o Colombia, sino más
bien gente con un buen vivir a secas o acotado. Es que la delincuencia offshore
o de guante blanco ha hecho carne profundamente, y con el mayor descaro, en
este continente aquejado y fabelizado para agravio e inseguridad de todos.
Compartir con poetas
sicilianos, y en Londres y en Canterbury con poetas de habla inglesa, fue una
experiencia enriquecedora. Pude ahí descubrir una poesía que desde hace más de
medio siglo viene teniendo una importante irradiación en los países y
territorios de habla inglesa, que es la que se escribe y difunde desde las
islas del Caribe, como Jamaica, Barbados, Santa Lucía y Trinidad y Tobago; algo
ciertamente de excepción, con un premio Nobel inclusive. Además, los documentos
críticos gestados desde esas islas son para tener muy en cuenta, tanto en lo
cultural como en lo poético. Pliegos firmes de la poesía del continente, no tan
difundidos, y que hacen a su diversidad y vitalidad. Por otra parte, la poesía
italiana de las generaciones surgidas en la última posguerra muestra un cuadro
intensamente dramático, con voces como talladas en piedra, que uno no puede más
que leerla a la sombra de estos tiempos que no se anuncian muy propicios que
digamos para la vida y el hombre…
12 — Marguerite Durás se preguntó en una ocasión: “¿Se puede ser escritor sin chocar con
contradicciones?” ¿Se puede, Eduardo, ser escritor sin chocar con
contradicciones?
ED —
Tu pregunta me hizo recordar la visita de Raúl
Gustavo Aguirre a Venezuela, hecho que solían memorar algunos poetas de ese
país hace algunos años, sobre todo su frase, de notable llegada por esos lares,
que dice: “No somos escritores, somos
poetas, y no por lo que escribimos sino por lo que llevamos en el corazón”.
Puede parecer una frase algo romántica, o un tanto idealista, más en estos
tiempos crudos, pero que muchos poetas, sobre todo del área del Caribe,
hicieron suya, porque bajo esos soles la poesía se suele vivir de esa manera;
la poesía como canto, como irradiación, más que como una instancia escritural;
la poesía también como un canto del ser, de los cuerpos, con una fuerte dosis
de libido proyectada hacia los aires. Yo también hice mía esa frase, no tanto
ahora, ya que en alguna medida me siento también escritor, con numerosos
artículos, algunos ensayos e investigaciones, que publiqué estos más recientes
lustros. Pero yendo al tema de las contradicciones a partir de una frase de
Marguerite Durás, siento que al reloj hay que ponerlo siempre en hora; cada día
hay que manipular el dial para ir reconociendo cada sintonía, y cada día hay
que armar de acuerdo con uno mismo el rompecabezas de la vida de cada día;
tarea que es el hígado mismo del quehacer de cada jornada, donde hay que ir
laborando en esa suerte de alquimia mundana para enfrentarse a los fríos, a los
humos o a los vientos; además, en medio de ese paisaje hogareño o no, qué hacer
con el sol, qué hacer con los pies, y qué hacer con los caminos y con el
horizonte, que aún no alcanzan a divisarse. Marguerite también hablaba de
chocar, y ahí, bueno, ante el anuncio de esa inminencia, cada uno sabrá bien lo
que hace… Pero sobre todo, y tratando de tomar la pregunta por las astas: ¿se
puede ser un hombre sin chocar con las contradicciones?
13 — ¿Ofrecer el pecho a las balas, quedar en buenos términos, imponer un sello o allanar el camino?
ED — Cada una de las cuatro posibilidades pueden ser
fundamentales; depende del tiempo y de la hora, y depende también de lo que uno
desee y no desee en cada caso y de la esquina en que uno esté parado. En el
ajedrez diario y en los amores, por otra parte, puede arribarse con facilidad a
ese punto, donde hay que decidir, si es que ya no estaba decidido. Siempre,
claro, en lo posible y hasta en lo imposible, no abusar del prójimo...
14 — ¿Como cuánto te
interesa el arte que tiende a la provocación? ¿Quiénes, con esta propensión,
más te atraen o resultan particularmente significativos?
ED — En los esbozos previos nunca vi el arte, la poesía,
como una provocación, aunque después terminen provocando o no; siento el arte,
la poesía, como una instancia humana indeclinable; piénsese que en todas las
culturas el hombre buscó y encontró los caminos al agua, los caminos al fuego y
los caminos al conocimiento y la poesía. En mí se da, de base, como una
búsqueda de equilibrio y de corporizar algo que falta; y bien, si en esa
búsqueda algo se provoca, y de hecho se provoca, es todo un resultado más que
un deseo. Por lo demás, en ese intento de equilibrio, o ya de diálogo mayor, y
en este mundo tan deshumanizado y tan mercantilizado, o que se dirige hacia su
propio abismo, es diría natural que la poesía y el arte se abran paso; es el
hombre que se abre paso; es la vida misma que necesita manifestarse en su
búsqueda de ser y de seguir siendo. Y esa búsqueda de equilibrio, esa necesaria
manifestación de humanidad, las advertí en todos los grandes poetas de estos
tiempos, desde Ginsberg hasta Alejandra Pizarnik, o desde Ernesto Cardenal
hasta Girondo…
15 — Durante los años
de tu formación, ¿qué tipo de cuento te atraía más? ¿El norteamericano, el
francés, el ruso… o de autores latinoamericanos? ¿Y en la actualidad?
ED — Durante los años de mi formación, que se prolonga
hasta estos días, creo, y quizá hasta con parecido entusiasmo, debo decirte que
a la hora de leer un cuento siempre tuve a mano un poema (Ungaretti, Eliot,
Vallejo…) o un ensayo que se apropiaban de ese lugar y de mi tiempo; y también
siempre tuve a mano alguna pintura de Modigliani o de Cézanne o de Monet en las
cuales iba volcando mi creatividad pasiva. No obstante, al cabo de los años
terminé leyendo muchos cuentos, algunos que hicieron mis delicias y se ganaron
mi recuerdo, como por ejemplo no pocos de Alejo Carpentier de “Guerra del tiempo” y de otros libros
maravillosos, o de “La increíble y triste
historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada”, de Gabriel
García Márquez, que leí hacia comienzos de la década del ‘70 y releí varias
veces. Al respecto, también me sentí y siento muy atraído por la música,
preferentemente el jazz, desde Duke Ellington hasta Miles Davis y John
Coltrane, quizá escuchados y disfrutados desde mi vieja esquina de tango, donde
brillan los temas interpretados por Pichuco y por Di Sarli, como “Bahía Blanca”
o “El amanecer”, entre otros, o los entonados por la voz profunda de Francisco
Fiorentino. Y el ensayo, el ensayo, siempre entre poemas y poemas, que me fue
brindando también pinturas decisivas de estos tiempos, ya en Frantz Fanon, o en
Michel Foucault, y en Noam Chomsky y sus tomos “Los guardianes de la libertad” y “La gran estrategia imperial”, por citar unos pocos. Para concluir
mi respuesta, o bien para dejarla abierta, te dejo la mención de mis recuerdos
de las “Aguafuertes porteñas” de
Roberto Arlt, un verdadero cross adonde quiera que uno vaya…
16 — Colombia. 2015.
¿Cerramos esta conversación con vos trasmitiéndonos tus impresiones tras
participar en el 25º Festival Internacional de Poesía de Medellín?
ED — Los festivales de Medellín son una institución, no
sólo en Colombia sino también en todo el continente, sin obviar su fama
irradiada fuertemente en Europa, Asia, África, Oceanía, y cuyos poetas destacados
son invitados cada año en buen número. El sólo pensar en los numerosos actos
que lo componen, habla de una presencia y de una calidad organizativa de
excepción. Además, el hecho de que sus actos de apertura y de clausura se
brindan en el marco de una audiencia que supera generalmente las 5.000
personas. Todo Medellín se moviliza para disfrutar de la poesía y de los poetas
del mundo, inclusive desde las barriadas alejadas de la urbe. Yo sentí los
festivales como un voto de humanidad y de reafirmación de la belleza de la
población colombiana ante las constantes represivas, ante la ferocidad del
narcotráfico y ante un patrón social muy crudo, como es el que gesta una
producción de opresión y latifundio. La versión 25º del Festival fue
excepcional, inclusive resaltada por la prensa, por la cantidad de público y
por la calidad de los poetas de los cinco continentes que dieron vida a cada
encuentro. A propósito de sus jornadas, escribí un artículo que publicaron
algunos diarios, y que también está en la página web del Festival, titulado “Un
Festival para un nuevo horizonte”, que se puede visitar.
*
Eduardo Dalter selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
LOS ÁRBOLES
Los árboles
son extraños;
saben algo
que repiten;
las semillas
los piensan,
los desean
y los hacen,
profundas e
incesantes,
contra la sed,
contra la noche.
*
Dejá que entre la luz,
dejala que entre,
que se acomode,
que abra su valija;
no vayás a echarla;
dale de comer;
dejá que ande por la casa.
*
Hay un camino
aún no atascado,
aún ni pensado,
que comienza
en la punta justo
de tus pies; hay
un camino; hay,
hay un camino.
*
Como a cada beso lo borra
el viento que sopla y sopla,
ella pocea y pocea la arena,
pareciera, con más fuerza;
es el viento húmedo, poceado,
que escribe, escribe, escribe.
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Villa Luzuriaga y
Buenos Aires, Eduardo Dalter y Rolando Revagliatti, diciembre de 2017.
*
Palacio Valdés [Armando Palacio Valdés] - Scalabrini Ortiz [Raúl Scalabrini
Ortiz]
Dorrego [Manuel Dorrego] - Juárez Celman [Miguel Juárez Celman]
Evtuchenko [Eugeni] - Jotamario [Jotamario Arbeláez]
Sadam [Husein] - Girondo [Oliverio]
Pichuco [Aníbal Troilo] - Di Sarli [Carlos]