miércoles, 16 de junio de 2010

Rabia

Por Osvaldo Figueroa


Porque corrió tu mano a hacer lo sucio...

Acto cobarde del espíritu.

Robar es un acto miserable

que sólo la necesidad perdona.

¿Justificas tu acción?

¿Acaso no sabías lo que hacías?

Un daño ignorado por completo.

Mataste el lado bueno

y desataste el oscuro,

tal vez el más arraigado en tí.

Condenaste a tu vida con el karma

de ser víctima algún día.

Cobarde, te adueñaste de lo ajeno,

te ensuciaste las manos

con tu pobreza de espíritu.

¿A dónde irás con lo mío?

Si al menos lo leyeras…

¿Podrías apreciarlo?

Jamás lo harás,

si lo hicieras…

devolverías esas noches

que no te pertenecen.

Mi sacrificado deleite

en tus miserables manos…

Ya no importa,

esta rabia que me ahoga

se disipa para no cohabitar contigo.

Lo que te llevaste

lo guardo en mi mente,

lo escribiré otra vez

y será un deleite repetido.

Te pensaré en instantes

y quizás te agradezca

por fortalecer mi espíritu.

Esta rabia cede…

y seguiré escribiendo cada noche

para no decirte las cosas

que hieren mi garganta.

jueves, 3 de junio de 2010

La Prisión

Por Omar Villasana


Jean Claude se sentó por un momento para recuperar la compostura.
No estaba acostumbrado al hostigamiento continuo del que ahora era víctima. Apenas habían transcurrido tres días desde que puso el primer pie en La Penitenciaría Nacional y ya era el blanco de las burlas de los internos.


Los hombres vagaban sin rumbo fijo dentro de la prisión, pero con la confianza de que por lo menos dentro de ella eran más dueños de los escasos tres metros cuadrados de prisión que les correspondía que de cualquier endeble cuartucho que pudieran habitar fuera de esos muros.
El sol golpeaba implacable dibujando las siluetas de los prisioneros, Jean Claude se secaba el sudor de la frente con un pañuelo que no tardo en cambiar de dueño.
- Vaya, pero que tela tan fina. - dijo Henri, un prisionero de 1.85 m y 95 kg de sólida musculatura.
- Servirá muy bien para limpiarme el trasero, aunque sólo sea una vez.
Jean Claude se le quedó mirando fijamente con rabia contenida.
- ¿Tal vez quieras ayudarme con la tarea? - repuso Henri, retándolo.
Jean Claude no tuvo más remedio que bajar la cabeza.

Su primera experiencia dentro de la prisión fue con otro interno que le pidió dinero. De mala gana ofreció un par de billetes y al notarlo el reo, en agradecimiento, le devolvió un par de golpes al estomago y un puntapié en el rostro cuya cicatriz todavía se perfilaba en el rostro de Jean Claude.
Nadie acudió a su auxilio en aquella ocasión, por eso guardo su enojo.
Nadie levantaría un dedo por él, ni siquiera los guardias.
Los guardias se mostraban más inquietos que Jean Claude.
Muchos de ellos eran ex militares que consiguieron ese trabajo una vez que la milicia fue desmantelada con la llegada de los cascos azules.
Nerviosos caminaban de un lado a otro sosteniendo levemente sus armas.
Algunos de ellos llevaban trabajando más tiempo en la prisión que el tiempo que algunos internos tenían purgando condena.
- Por lo menos sabemos donde se encuentran los criminales - bromeaban entre ellos.

Con mucho cuidado Jean Claude leyó la hora en su reloj.
Las cinco menos cuatro.
Lentamente se acercó a la salida, un guardia le abrió la reja, sin preguntas, sin protocolo.



- Y pensar que todavía me falta más de una semana para terminar las reparaciones de la instalación eléctrica - pensó para sus adentros.
- Merde - murmuró, mientras su figura se perdía en la incertidumbre de las calles de Port au Prince.

Interpretaciones




Un poeta está sentado en un café, escribiendo:
la anciana
cree que está escribiendo una carta a su madre,
la joven
cree que está escribiendo una carta a su novia,
el niño
cree que está dibujando,
el hombre de negocios
cree que está meditando una transacción,
el turista cree que está escribiendo una postal,
el empleado
cree que está calculando sus deudas,
el policía secreto
camina lentamente, hacia él.


Mourid Barghouti
trad. Mª Soledad Sánchez